POETAS 13. Empédocles de Agrigento

!Oh amigos míos, que moráis en la poderosa ciudad

Que se alza desde el amarillo Agrigento hasta las alturas

De la ciudadela, ocupándoos en excelentes obras,

Puerto para extraños, oscuramente conscientes de sus [derechos

Y aborrecedores del mal, salud!

Mas yo, yo ahora ando entre vosotros, dios libre de la [muerte,

yo no un mortal, y honrado por todos, como veis,

Con guirnaldas y bandas y coronas de flores. Cuando me [encuentro

En las florecientes ciudades con estas gentes, mujeres y [hombres,

Soy reverenciado como un dios. Y en multitudes de miles

Me persiguen, buscando el camino de su salud; y mientras [algunos

Tienen hambre de oráculos otros no piden sino oír

En su múltiple enfermedad, harto transida de aflicción,

una palabra que les aporte la curación…

******

 

Hay un decreto de la Necesidad, hace mucho emitido

Por los dioses, eterno y sellado con vastos juramentos,

Que siempre que un demonio que tiene una larga vida por [suerte

Peque mancillando sus manos con sangre de asesinato

O perjure [pasando al servicio de la lucha], tres veces

Se apartará de las moradas de los bienaventurados por diez [mil años

Y nacerá en el tiempo bajo toda especie de formas mortales,

Alterando los arduos caminos de la vida. Pues el Aire

con su poder le dirige a la Mar, y la Mar a su vez

le arroja al suelo de la Tierra; la Tierra le avienta

A los rayos del Sol brillante; el Sol lo devuelve

A los torbellinos del Aire. Uno se lo pasa al otro

Y todos lo desprecian. Ahora yo también soy uno de ésos,

Un desterrado de Dios y un peregrino, que pongo mi [confianza

En la lucha furiosa…

 

******

Yo he sido ya un mozo y una moza, y una mata, y un pájaro, y un mudo pez de la mar.

 

242 (31 A 1) Diógenes Laercio, VIII 73: [Dice Neanto de Cizico] Además, con las riquezas que tenía, proporcionó dote a muchas ciudadanas indigentes. Es así que vestía de púrpura y llevaba una cinta de oro, como narra Favorino en sus Memorias, y calzado de bronce y corona délfica. Su cabellera era abundante y marchaba con un séquito de niños; siempre se mostraba severo, con el mismo porte. Así se paseaba, y los ciudadanos que con él se topaban lo consideraban como poseedor de un cierto signo de realeza.

 

Werner Jaeger, en su libro «La Teología de los primeros filósofos griegos» hace la siguiente reflexión sobre la poesía y el pensamiento de Empédocles:

«Sólo un verdadero genio poético podía abarcar los asombrosos contrastes que aparecen en el pensamiento de Empédocles, y sólo un poeta de nacimiento podía poseer una imaginación lo bastante ardiente y lo bastante versátil para alimentar verdades de tan distintos órdenes, manteniendo a cada una en todo lo que tenía de absoluta a pesar de su radical incompatibilidad. En el poema «Sobre la naturaleza» parece cada detalle encajado en la armazón de una única estructura con la coherencia lógica del verdadero filósofo. Pero tan pronto como hieren nuestro oído los primeros versos de los Katharmoi (Purificaciones) nos encontramos en un reino donde prevalecen un estilo y un tipo de pensamiento completamente distintos, místico-teológicos. Ninguna de estas dos formas del pensamiento parece debilitar la otra de manera alguna o usurparle sus dominios, y cada uno de los dos reinos abarca de su propia manera el conjunto de la realidad. Lo único que tienen de común es el hecho de ser ambos realidad poética y de adoptar la forma de la poesía, lo que quiere decir para los griegos que aparecen bajo la forma del mito.

 

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