POETAS 18. Eliseo Diego
La nota biográfica que acompaña a los poemas seleccionados está confeccionada por el propio poeta.
TESTAMENTO
Habiendo llegado el tiempo en que
la penumbra no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños
Habiendo llegado a este tiempo;
y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;
habiendo llegado a este tiempo;
Y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;
y no poseyendo más que este tiempo;
no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;
no poseyendo más
entre cielo y tierra
que mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es
éste: les dejo
el tiempo, todo el tiempo
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FRENTE AL ESPEJO
En un abrir y cerrar de ojos
ya no estarás en donde estabas:
un triste viejo está mirándote
con qué terror desde tu cara.
Mirándote ávido y mirándote
mientras la luz te da en su cara:
en un abrir y cerrar de ojos,
ni tú, ni él, ni nada.
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LA CASA ABANDONADA
Hacia el final de la escalera
te has dado vuelta: en el vacío de abajo
el viento solitario hace
las veces del trajín, y la penumbra
está sucia de olvido. Pero arriba,
en el piso de arriba, el cúmulo
del inútil sueño aguarda. ¿Vas
a entrar en él, a sumergirte? Con la mano
puesta en el balaústre, acariciándolo
te quedas. Poco a poco,
no vas así a bajar la vista: escucha
el torvo zumbido de la mosca que se afana
contra el ciego cristal: hay alguien
en el primer peldaño. Espera.
Mira:
tú estás en el primer peldaño. Lívido
te estás mirando a tí con toda el alma
como si fuese para siempre.
Y ya
no estás arriba, ni
tampoco abajo.
Zumba
sola por fin la torva prisionera.
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ARQUEOLOGÍA
Dirán entonces: aquí estuvo
la sala, y más allá,
donde encontramos los fragmentos
de levísimo barro, el sitio
del calor y la dicha.
Luego
vendrá una pausa, mientras
el viento alisa los hierbajos
inconsolables; pero
ni un soplo habrá que les evoque
la risa, el buenas tardes,
el adiós.
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EL LUGAR DONDE VIVO
El lugar donde vivo no es el mío.
Quizas haya en Asturias una aldea
que se ajuste a mi bien, o quizás sea
un pueblito de Rusia, blanco y frío.
Tal vez porque de todo desconfío
por más que familiar siempre lo vea,
no es que en mi propia palma yo no crea:
es que me extraña como el arce umbrío
que vi una vez y me volvió remoto
no de mi casa, sino tan adentro
de mí que fue el terror. Pues la belleza
será sólo el fragmento de algo roto
que tuvo en cada sitio su áureo centro
y hoy es fuga y nostalgia y extrañeza.
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Y QUÉ VA A SER DE TUS RECUERDOS
¿Y qué va a ser de tus recuerdos cuando
no tengan ya donde encontrar abrigo?
¿El aroma feliz de aquellas cajas
con guerreros minúsculos, herméticos,
y el eco de la voz que en la penumbra
te farfulla el secreto de las frondas?
¿Y qué va a ser de tus recuerdos, dime?
De aquella niña que llegaba siempre
más pronto que la luz a tus razones
y del menudo perro que consigo
llevó a su noche el ser de la ternura.
Tu juventud es más que mi memoria,
muchacha eterna de la eterna vía:
ella perdure cuando el resto acabe.
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COMIENZA UN LUNES
La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, el abolido.
Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro que amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.
La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre y fecha tú grabas en un mármol,
los rozas displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.
Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido.
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SOBRE UNA MINÚSCULA PALABRA
LEER ES como vivir: corre uno el peligro de llegar al fin y no enterarse.
Así sucede ante todo con la poesía -esencia de los mejores momentos y palabras-. Esta mañana me deslumbra la sorpresa de hallar en una sola el secreto de cierto poema de Bécquer cuya desolación me ha acompañado siempre.
El primer verso -¿quién no lo recuerda?- dice: «Cerraron sus ojos…» Y en seguida avanza, con cuánta engañosa naturalidad. «Que aún tenía abiertos…»
Luego el poema adquiere la extensión maestra destinada sólo a engarzar el melancólico estribillo donde, hasta hoy, creí escondida la arrasadora tristeza que acompaña porque, al obligársenos a compartirla, es como si se negase a sí misma:
Y pensé: !Qué solos
se quedan los muertos!
Pero realmente el secreto está en esa minúscula palabra sobre la que nuestra atención pasa tan rápido, que, ocultándose, desgarra terrible desde adentro.
Es, claro, la palabra aún: esos ojos aún abiertos, último asidero, ya roto, con las frágiles cosas de este mundo, de esta vida:
Cerraron sus ojos,
que aún tenía abiertos…
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BIOGRAFÍA
De mil novecientos veinte a mil
novecientos tantos
(aquí
pondrán la fecha exacta los
que vivan siquiera un poco más
que la simple suma de mis años)
y
a un lado y otro el resto es
el mismo abismo de no sé qué
donde no entiendo cómo ya no estoy,
no fui,
no soy.