POETAS 39. José Emilio Pacheco

Así introduce Pablo Ordaz la figura de José Emilio Pacheco ( Ciudad de Mexico 1939) en una reciente entrevista publicada en el suplemento literario de «El País». 

Hay una voz que emociona a los jóvenes mexicanos. Es la de un hombre de 70 años que conoció a Octavio Paz, a Luis Cernuda, a Vicente Aleixandre, a Max Aub, a Jorge Luis Borges. Hay un poema de 1967 que emociona a todas las generaciones de mexicanos. Se llama Alta Traición y dice así: «No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / -y tres o cuatro ríos». La voz y el poema pertenecen a José Emilio Pacheco, pero más allá de lo extenso de su obra, de la importancia de los premios recibidos, lo que inspira la vida y la obra del último premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana se resume en una frase que intercala en la conversación: «Es muy curioso todo». Y es en la manera gozosa en que lo dice, en el deseo inagotable de aprender y en su forma de transmitir lo que sabe, siempre como un regalo, nunca como una lección, donde está el alma de José Emilio Pacheco, su conexión tan íntima con lo mejor de México.

CONTRA LA KODAK

Cosa terrible es la fotografía.

Pensar que en esos objetos cuadrangulares

yace un instante de 1959.

Rostros que ya no son,

aire que ya no existe.

Porque el tiempo se venga

de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,

las fotos se resquebrajan, amarillean.

No son la música del pasado:

son el estruendo

de las ruinas internas que se desploman.

No son el verso sino el crujido

de nuestra irremediable cacofonía.

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ANTIGUOS COMPAÑEROS SE REUNEN

Ya somos todo aquello

contra lo que luchábamos a los veinte años.

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CERDO ANTE DIOS

Tengo siete años. En la granja observo

por la ventana a un hombre que se persigna

y procede a matar un cerdo.

No quiero ver el espectáculo.

Casi humanos, escucho

alaridos premonitorios.

(Casi humano es, dicen los zoológos,

el interior del cerdo inteligente,

aun más que perros y caballos.)

Criaturitas de Dios los llama mi abuela.

hermano cerdo, hubiera dicho San Francisco.

Y ahora es el tajo y el gotear de la sangre

y soy un niño pero ya me pregunto:

¿Dios creó a los cerdos para ser devorados?

¿A quién responde: a la plegaria del cerdo

o al que se persignó para degollarlo?

Si Dios existe

¿Por qué sufre este cerdo?

Bulle la carne en el aceite.

Dentro de poco

tragaré como un cerdo.

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Pero no voy a persignarme en la mesa.

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EL COBRADOR

Viene a cobrarme no sé qué.

Lo hago pasar a la sala.

Le muestro mis papeles.

Se hallan en orden.

 Pero él insiste y amenaza y reclama.

Sólo saldrá de aquí cuando me muera.

.

Mientras tanto seguirá furibundo

echándome la culpa del desastre mundial,

la contaminación, el desempleo, la miseria, el fracaso

del socialismo real, el capitalismo salvaje,

la deuda externa, el efecto de invernadero, la droga,

la violencia, el esmog, el nuevo racismo, el cáncer, el sida,

o la promiscuidad o la explosión demográfica

o cualquier otra cosa. Lo que anhela

es cobrarme su pena de estar vivo.

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PRÓCERES

Hicieron mal la guerra,

mal el amor,

mal el país que nos forjó malhechos.

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PAYASOS

Por los Payasos habla la verdad.

Como escribió Freud, la broma no existe:

todo se dice en serio.

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Sólo hay una manera de reír:

la humillación del otro. La bofetada

el pastelazo o el golpe

nos dejan observar muertos de risa

la verdad más profunda de nuestro vínculo.

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Todo payaso es caricaturista

que emplea como hoja su falso cuerpo deforme.

Distorsiona, exagera -y es su misión-

pero el retrato se parece al modelo.

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vuelve cosa de risa lo intolerable.

Nos libera

de la carga de ser,

la imposible costumbre de estar vivos.

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Cuando se extingue la carcajada y cesa el aplauso,

nos quitamos la narizotas,

la peluca de zanahoria, el carmín,

el albayalde que blanquea nuestra cara.

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Entonces aparece lo que somos sin máscara:

los payasos dolientes.

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FOTOS

No hay una sola foto de entonces.

Mejor así: para verte

necesito inventar tu rostro.

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BECQUER Y RILKE SE ENCUENTRAN EN SEVILLA*

Oscura golondrina, has regresado

-pero no a sus balcones.

.

Pero nosotros, los más efímeros de todos,

una vez cada cosa.

Nada más. Nunca más.

Y nosotros también nunca de nuevo.

.

Hagamos lo que hagamos, siempre estaremos

en la actitud del que se marcha.

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Así vivimos siempre: despidiéndonos

.

*Gustavo Adolfo Becquer, Rima LIII; Rainer María Rilke, Elegías A Duino VIII y IX

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