POETAS 40. Gustavo Adolfo Bécquer

Habría tantas razones para releer a Bécquer, que uno no sabe por donde empezar. Tal vez, el hecho de que sea uno de los poetas célebres peor leídos podría constituir ya una razón de peso. Sus versos se escuchan y se refieren mucho pero, por eso mismo, se les presta una atención escasa, como se le presta también atención escasa al refranero, pese a contener en su acervo aforismos que podrían poner envidiosos a los mejores aforistas. A la hora de dejar unos cuantos versos representativos, he tenido que optar por la rázón que más se acopla a internet: la de la  brevedad. No dejo aquí los mejores versos de Bécquer, sino los más breves, lo que no implica que sean los peores, aunque sí, probablemente, los que mejor se prestan a la caricatura de la cursilería. La poesía de Bécquer está tan condensada, que por fuerza tenía que tender a la brevedad. (Condensación en poesía es, por lo ordinario, sinónimo de calidad. Se acaba volviendo, por lo general, poeta, el que valorando en exceso la fuerza que tienen las palabras, no está dispuesto a hacer un dispendio de ellas). Pero bien se podría haber elegido otro modo de selección, otro orden distinto: el orden que el propio Bécquer impuso a sus poemas en su «libro de los gorriones», que es bien distinto al orden temático dado con posterioridad a su muerte. Doctores tiene la Santa Iglesía…, y el que esto escribe de esto entiende poco, pero ¿habría la posibilidad de empezar a leer el verdadero «libro de los gorriones» y no sus postizas «rimas»?. Creo que esta cuestión del título es uno de los factores que provocan un malentendido en el crédito que pueda ofrecernos Bécquer. Porque ¿a qué poeta que titule sus versos como rimas se le puede tomar en serio? El caso es que Bécquer es uno de los poetas más afortunados de la república hispana de las letras No sólo es uno de los poetas más dotados, sino también uno de los mejores prosistas: leer sus fantasmagóricas «leyendas» -acaba de ser incluido con toda justicia en una colección periódica de «libros de horror», una de sus muchas posibles lecturas- o sus «cartas desde mi celda» es uno de los mayores placeres en prosa que nos puede reportar la literatura en castellano. Pero si uno se atreve a leer los poemas de Bécquer sin atisbo de prejuicio y olvidándose del falso retintin que le ha quedado a la musicalidad de las rimas románticas -no hay cosa mejor para comprobarlo  que escuchar el estruendo de timbales y tambores de la canción del pirata esproncediano-, enseguida se descubre -como ya lo hicieran casi todos los poetas del 27- a uno de los poetas más profundos y delicados. Es preciso leer a Bécquer apagando el estrépito  aparatoso de su rima externa para poder acceder así a su ritmo y rima interiores. Hay que olvidarse de la fácil y aparente superficialidad bécqueriana y atisbar la profundidad desde la que él escribe. En Bécquer, facilidad significa capacidad para escribir afortunadamente. Y, en fin, me dejo de rollos y os dejo ya con unos de los poetas más afortunados de esta selección. Si alguien busca piropos -un poco cursis, por supuesto-en verso, que no se canse de fatigar internet: no tiene más que leer a Bécquer y se hará con un buen arsenal de fáciles conquistas. (Se ha conservado en esta selección el orden que sigue el «libro de los gorriones»)

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

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Sabe si alguna vez tus labios rojos
quema invi[si]ble atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
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Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Sobre un volcán hasta encontrarla ahora
nunca he visto una flor.

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¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso… ni lo pudistes sospechar.
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¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
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¿Quieres que de ese néctar delicioso
no te amargue la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémosnos hoy mucho y mañana
¡digámosnos, adiós!
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Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.

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