POETAS 62. Garcilaso de la Vega II. Canciones

CANCIÓN PRIMERA

Si a la región desierta, inhabitable
por el hervor del sol demasiado,
y sequedad de aquella arena ardiente,
o a la que por el hielo congelado
y rigurosa nieve es intractable,
del todo inhabitada de la gente,
por algún accidente
o caso de fortuna desastrada
me fuésedes llevada,
y supiese que allá vuestra dureza
estaba en su crüeza,
allá os iría a buscar como perdido,
hasta morir a vuestros pies tendido.

Vuestra soberbia y condición esquiva
acabe ya, pues es tan acabada
la fuerza de en quien ha de esecutarse.
Mirá bien que el amor se desagrada
deso, pues quiere quel amante viva
y se convierta a dó piense salvarse.
El tiempo ha de pasarse,
y de mis males arrepentimiento,
confusión y tormento
sé que os ha de quedar, y esto recelo;
que aunque de mí me duelo,
como en mí vuestros males son de otra arte,
duélenme en más sentible y tierna parte.

Así paso la vida, acrecentando
materia de dolor a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase;
los cuales para todo están perdidos,
sino para mostrarme a mí cuál ando.
Pluguiese a Dios que aquesto aprovechase
para que yo pensase
un rato en mi remedio, pues os veo
siempre con un deseo
de perseguir al triste y al caído;
yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.

Si aquella amarillez y los sospiros
salidos sin licencia de su dueño,
si aquel hondo silencio no han podido
un sentimiento grande ni pequeño
mover en vos, que baste a convertiros
a siquiera saber que soy nacido,
baste ya haber sufrido
tanto tiempo a pesar de lo que basto,
que a mí mismo contrasto
dándome a entender que mi flaqueza
me tiene en la estrecheza
en que estoy puesto, y no lo que yo entiendo:
así que con flaqueza me defiendo.

Canción, no has de tener
conmigo que ver más en malo o en bueno;
trátame como ajeno,
que no te faltará de quien lo aprendas.
Si has miedo que me ofendas,
no quieras hacer más por mi derecho
de lo que hice yo, quel mal me he hecho.

*****

CANCIÓN TERCERA

Con un manso ruïdo
de agua corriente y clara
cerca el Danubio una isla, que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien como estó yo agora, no estuviera;
do siempre primavera
parece en la verdura
sembrada de las flores;
hacen los ruiseñores
renovar el placer o la tristura
con sus blandas querellas,
que nunca, día ni noche, cesan dellas.

Aquí estuve yo puesto,
o por mejor decillo,
preso y forzado y solo en tierra ajena;
bien pueden hacer esto
en quien puede sufrillo
y en quien él a sí mismo se condena.
Tengo solo una pena,
si muero desterrado
y en tanta desventura:
que piensen por ventura
que juntos tantos males me han llevado;
y sé yo bien que muero
por sólo aquello que morir espero.

El cuerpo está en poder
y en mano de quien puede
hacer a su placer lo que quisiere;
mas no podrá hacer
que mal librado quede,
mientras de mí otra prenda no tuviere.
Cuando ya el mal viniere
y la postrera suerte,
aquí me ha de hallar,
en el mismo lugar:
que otra cosa más dura que la muerte
me halla y me ha hallado;
y esto sabe muy bien quien lo ha probado.

No es necesario agora
hablar más sin provecho,
que es mi necesidad muy apretada;
pues ha sido en un hora
todo aquello deshecho
en que toda mi vida fue gastada.
¿Yal fin de tal  jornada
presumen d’espantarme?
Sepan que ya no puedo
morir sino sin miedo;
que aun nunca qué temer quiso dejarme
la desventura mía,
que el bien y el miedo me quitó en un día.

Danubio, rio divino,
que por fieras naciones
vas con tus claras ondas discurriendo,
pues no hay otro camino
por donde mis razones
vayan fuera de aquí, sino corriendo por tus aguas y siendo
en ellas anegadas;
si en tierra tan ajena
en la desierta arena
de alguno fueren a la fin halladas,
entiérrelas siquiera
porque su error se acabe en tu ribera.

Aunque en el agua mueras,
canción, no has de quejarte,
que yo he mirado bien lo que te toca.
Menos vida tuvieras
si hubiera de igualarte
con otras que se me han muerto en la boca.
Quién tiene culpa en esto
allá lo entenderás de mí muy presto.

*****

CANCIÓN V

Ode ad florem gnidi

(Gnidi, Gnido, barrio napolitano donde vivía Diña Violante Sanseverino, a quien va dirigido el poema, y donde había un templo dedicado a Venus. Aunque incluida en las canciones, las ediciones clásicas la llaman Ode, quizá por recuerdo de las de Horacio.)

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento;

y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese,

no pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a la muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido;

ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;

mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada;

y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.

Hablo de aquel cativo,
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya le aflige.

Por ti, con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
haye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa.

Por ti, su blanda musa,
en lugar de la citara sonante,
tristes querellas usa,
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante.

Por ti, el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso;
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo.

Y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida,
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.

No fuiste tu engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.

Hágate temerosa
el caso de Anajárete*, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.

Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido,
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido;

y al cuello el lazo atado,
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.

Sintió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza,
!Oh tarde arrepentirse!
!Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?

Los ojos se enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron
los huesos se tornaron
más duros y crecieron,
y en sí toda la carne convertieron;

Las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura;

Hasta que, finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.

No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas

den inmortal materia
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
de algún caso notable
que por ti pase triste, miserable.

*Anajárete: Anajárate, de la que se enamoró Ifis, que, desdeñado, se ahorcó ante la casa de la amada, la cual no se condolió en su entierro y fue convertida en mármol.

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