POETAS 66. Rubén Dario I (Autorretrato)

Lo primero que sorprende de Ruben Dario (Nicaragua 1867-1916) es su precocidad en el campo de la literatura. Comenzó a leer a los tres años, a escribir sus primeros versos antes de los doce , y a publicar en un periódico local su primer poema -se trataba de una elegía- un año después. Todavía siendo adolescente es invitado con frecuencia a recitar poesía en reuniones sociales y actos públicos, debido a su ingente creatividad y a la posesión de una memoria privilegiada. En 1880 se traslada a Managua desde su León natal invitado por algunos políticos liberales que pretendían costearle una educación europea a cargo de las arcas del Etado. Durante esta época vive de colaboraciones periodísticas. Comienza en esta época su relación con Rosario Emelina Murillo y proyectan enseguida su matrimonio, que es truncado por la marcha del poeta  a El salvador en agosto de 1882. Es en El Salvador, bajo la protección del presidente de la república, donde conoce a Francisco Gaviria, que le inicia en la poesía francesa. Por primera vez trata de adaptar el verso alejandrino francés a la métrica castellana. En 1886 parte para Chile donde se ve obligado a vivir en condiciones precarias y es humillado por la aristocracia del país que no acepta fácilmente el color de su piel. Es en Chile donde publica «Azul», libro con el que inicia la revolución literaria modernista y en el que se recopilan una serie de poemas y textos en prosa que ya habían aparecido en la prensa chilena. Un artículo laudatorio de Juan Valera en «El imparcial», en octubre de 1888, consagra definitivamente a Rubén Dario como poeta de ámbito internacional. En 1892, con motivo del centenario del descubrimiento de América, es enviado a Madrid como miembro de la delegación de su país. Entabla relación Zorrilla, Valera, Pardo Bazán, Menéndez-Pelayo y algunos destacado políticos de la primera república. En 1893 se casa en segundas nupcias con Rosario Murillo al tiempo que es designado cónsul honorífico de Colombia en la capital argentina, nombramiento que le concede su amigo el presidente colombiano Miguel Antonio Caro. Por su vida desenfrenada, siempre abusando del alcohol y por encima de sus posibilidades económicas, se ve obligado a recibir los cuidados médicos en varios ocasiones. Publica en este país su libro «Prosas profanas y otros poemas» que incluye algunos poemas que a la postre serían los que le granjearon su popularidad en los países de lengua española. En 1898 es destacado en España como corresponsal de La nación para informar sobre la situación del país tras el desastre de 1898. Un año después de su llegada, y todavía casado con Rosario Murillo, incia relación con Francisca Sánchez del Pozo, campesina analfabet de un pueblo de Avila a quien conoce en la Casa de Campo de Madrid. Mientras Dario fija su lugar de residencia en París, Francisca da a luz una hija del poeta. Es en esta ciudad donde conoce en 1903 a Antonio Machado, ferviente admirador de su obra, y donde se acaba de reunir con Francisca que había dado recintemente a luz a su segundo hijo. Desahogado ahora económicamente, Dario viaja por Europa y conoce el Reino Unido, Bélgica, Alemania, italia. En 1905, tras una breve estancia en Madrid, Juan Ramón Jiménez le edita otro de sus libros capitales «Cantos de Vida y Esperanza». En 1907 Ruben Dario regresa a Managua -con la intención de arreglar su divorcio con Rosario Murillo- y cae gravemente enfermo a causa de los estragos del alcohol. Tras su recuperación en 1908, y tras dos breves escalas en Nueva York y en Panamá, el poeta llega a Nicaragua donde se le tributa un recibimiento triunfal. En 1909 es nombrado ministro residente en Madrid del gobierno nicaragüense de José Santos Zelaya y se instala en una casa de la calle Serrano. Su estancia en España es interrumpida por el derrocamiento del gobierno de Nicaragua y tiene que volver a trasladar su residencia a París. Durante este periodo, sus problemas de salud provocados nuevamente por el alcohol le originan periodos de exaltación mística en los que le obsesiona la idea de la muerte. En 1913 viaja a Mallorca y Barcelona donde sufre sus primeros episodios de «deliriuns tremens». Al estallar la Primera Guerra Mundial, parte hacia América, con la idea de defender el pacifismo para las naciones americanas. En enero de 1915 leyó, en la Universidad de Columbia, de Nueva York, su poema «Pax», y por fin, a finales de año, regresa a su Nicaragua natal. Fallece el 6 de febrero de 1916, un mes después de arribar a León, ciudad en la que había nacido 48 años antes.

CANTOS DE VIDA Y ESPERANZA

I

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;

Y muy siglo diez y ocho, y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.

Yo supe de dolor desde mi infancia;
mi juventud…, ¿fue juventud la mía?
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía…

Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.

En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimiental, sensible, sensitiva.

Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada, en silencio, no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía…

Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de «te adoro», de «!ay!», y de suspiro.

Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas,

con aire tal y con ardor, tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.

Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;

todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura…:
si hay un alma sincera, esa es la mía.

La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.

Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno,
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia
melificó toda acritud el Arte.

Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.

!Oh, la selva sagrada! !Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! !Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!

bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela

perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor de laurel verde,
hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza del lodo:
a eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.

El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.

Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita;
el Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vita!

Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.

Por eso ser sincero es ser potente:
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d’ella.

Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.

Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira;
bruma y tono menor -!toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol- !toda la lira!

Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la honda,
y la flecha del odio fuese al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén…, !la caravana pasa!

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