POETAS 66. Rubén Darío II («Azul» y «Prosas profanas»)

Rubén Dario se forjó como poeta bajo el influjo de la poesía francesa: primeramente absorbió la influencia de Victor Hugo, seguidamente adoptó los modos parnasianos de poetas como Théophile Gautier, para acabar rindiendo su admiración a los poetas simbolistas, con especial mención de Paul Verlaine, su poeta preferido. En las «Palabras Liminares» de Prosas profanas (1896), menciona una anécdota de su infancia que después ha sido muy divulgada: «El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: «Éste -me dice- es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso, éste Quintana. «Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, 0 por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: «!Shakespeare! !Dante! !Hugo..! (Y en mi interior: !Verlaine…!). Luego, al despedirme: » -Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra, mi querida, de París».

Además de esta influencia francesa, todavía es notable, en sus primeros poemarios, la influencia de los poetas españoles del XIX: Nuñez de Arce, Campoamor y Becquer. La profunda admiración que sentía por Emerson, Poe y Whitman, acaban por completar la órbita en la que se movía Rubén Darío. La influencia española es destacable en sus primeros libros: «Epistolarios y Poemas» y «Abrojos». También se nota la huella de Victor Hugo. En 1888, publica «Azul», libro con el que inaugura el Modernismo Hispanoamericano, y que recoge relatos y poemas. La gran variedad metrica que caracteriza este libro va a acentuarse en su siguiente obra «Prosas profanas y otros poemas», en donde acaba perfeccionando el estilo modernista. En este libro ya aparecen los temas que van a presidir su poética: Insatisfacción burguesa, erotismo, esoterismo y exotismo, siempre buscando una orientación alejada de su realidad cotidiana: La Francia del siglo XVIII, la España Medieval y la mitología griega.

*****

COSAS DEL CID

A Francisco A. de Icaza

Cuenta Barbey, en versos que valen bien su prosa,
una hazaña del Cid, fresca como una rosa,
pura como una perla. No se oyen en la hazaña
resonar en el viento las trompetas de España,
ni el azorado moro las tiendas abandona
al ver al sol el alma de acero de Tizona.

Babieca, descansando del huracán guerrero,
tranquilo pace, mientras el bravo caballero
sale a gozar del aire de la estación florida.
Ríe la Primavera, y el vuelo de la vida
abre lirios y sueños en el jardín del mundo.
rodrigo de Vivar pasa, meditabundo
por una senda en donde, bajo el sol glorioso,
tendiéndole la mano, le detiene un leproso.

Frente a frente, el soberbio príncipe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago,
y el horror animado, la viviente carroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña.
Y al Cid tiende la mano el siniestro mendigo,
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
-«!Oh Cid, una limosna», dice el precito.
-«Hermano,
!te ofrezco la desnuda limosna de mi mano»,
dice el Cid; y quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende.

                                        *

Tal es el sucedido que el condestable escancia
con un vino precioso en su copa de Francia.
Yo agregaré este sorbo de licor castellano:

                              *

Cuando su guanttalete hubo vuelto a la mano
el Cid, siguió su rumbo por la primaveral
senda. Un pájaro daba su nota de cristal
en un árbol. El cielo profundo desléía
un perfume de gracia en la gloria del día.
Las ermitas lanzaban en el aire sonoro
su melodiosa lluvia de tórtolas de oro;
el alma de las flores iba por los caminos
a unirse a la piadosa voz de los peregrinos,
y el gran Rodrigo Díaz de Vivar, satisfecho,
iba cual si llevase una estrella en el pecho.
Cuando de la campiña, aromada de esencia
sutil, salió una niña vestida de inocencia:
una niña que fuera una mujer, de franca
y angélica pupila, y muy dulce y muy blanca.
Una niña que fuera un hada, o que surgiera
encarnación de la divina Primavera.

Y fue al Cid y le dijo: «Alma de amor y fuego
por Jimena y por Dios un regalo te entrego,
esta rosa naciente y este fresco laurel»

Y el Cid, sobre su yelmo las frescas hojas siente,
en su guante de hierro hay una flor naciente
y en lo íntimo del alma como un dulzor de miel.

(De «Prosas profanas») 

***** 

Viendo nuestro ser mismo,
miramos al abismo.
Es nuestro pensamiento
libre como las aves en el viento:
tras la atmósfera el pájaro decae,
y tras el cielo, el pensamiento loco
quiere subir y cae.
!Viva la libertad! -Eh; poco a poco!
Somos sabios; las ciencias
están en nuestras manos:
con el vapor vencemos oceanos,
y atravesamos valles y eminencias;
y podemos poner un telegrama
por la electricidad; y después de eso,
evitamos el mal de la viruela.
Sabemos muchos más. !Viva el Progreso!
Seis mil años de escuela
lleva ya el niño, y sabe lo bastante
para ser el esclavo de su vida,
para ser ignorante
y tener la cabeza envanecida.

(De «Epístola y Poemas, 1886)

*****

ABROJOS

II

¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Que el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que, uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.

*****

XXXV

Niña hermosa que me humillas
con tus ojos grandes, bellos:
son para ellos, son para ellos
estas suaves redondillas.

Son dos soles, son dos llamas,
son la luz del claro día;
con su fuego, niña mía,
los corazones inflamas.

Y autores contemporáneos
dicen que hay ojos que prenden
ciertos chispazos que encienden
pistolas que rompen cráneos.

***** 

LV

Joven, acérquese acá.
¿Estima usted su pellejo?
Pues escúcheme un consejo,
que me lo agradecerá:

Arroje esa timidez
al cajón de ropa sucia,
y por un poco de argucia
dé usted toda su honradez.

Salude a cualquier pelmazo
de valer, y al saludar,
acostúmbrese a doblar
con frecuencia el espinazo.

Diga usted sin ton ni son,
y mil veces, si es preciso,
al feo, que es un Narciso,
y al zopenco, un salomón;

que el que tenga el juicio leso
o sea mal encarado,
téngalo usted de contado
que no se enoja por eso.
Al torpe déjele hablar,
sus torpezas disimule,
y adule, adule y adule
sin cansarse de adular.

Como algo no le acomode,
chitón y tragar saliva;
y en el pantano en que viva,
arrástrese, aunque se enlode.

Y con que befe al que baje,
y con que al que suba inciense,
el día que menos piense
será usted un personaje.

(1887)

(Poemas extraídos de «Abrojos»)

*****

A UN POETA

Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime, fuerte, que pujante, implora:
víctima propia en su fatal martirio.

Hércules loco que a los pies de Onfalia
la clava deja y el luchar rehusa,
héroe que calza femenil sandalia,
vate que olvida la vibrante musa.

!Quién desquijara los robustos leones,
hilando esclavo con la débil rueca;
sin labor, sin empuje, sin acciones,
puños de fiero y áspera muñeca!

No es tal poeta para hollar alfombras
por donde triunfan femeniles danzas:
que vibre rayos para herir las sombras,
que escriba versos que parezcan lanzas.

Ralampagueando la soberbia estrofa,
su surco deje de esplendente lumbre,
y el pantano de escándalo y de mofa
que no lo vea el águila en su cumbre.

Bravo soldado con su casco de oro
lance el dardo que quema y que desgarra:
que embista rudo como embiste el toro,
que clave firme, como el león, la garra.

Cante valiente y al cantar trabaje;
que ofrezca robles si se juzga monte;
que su idea, en el mal rompa y desgaje
como en la selva virgen el bisonte.

Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.

Deje Sansón de Dálila el regazo:
Dálila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
por ser esclavo de unos ojos bellos.

*****

CAUPOLICÁN

A Enrique Hernández Miyares

Es algo formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

«!El Toqui, el Toqui», clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La Aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

(Poemas extraído de «Azul», compuestos entre Valparaíso, 1888, y Guatemala, 1890)

*****

ERA UN AIRE SUAVE…

Era un aire suave, de pausados giros:
el hada Harmonía ritmaba sus vuelos,
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre sollozos de los violoncelos.

Sobre la terraza, junto a los ramajes,
diríase un trémolo de liras eolias
cuando acariciban los desosos trajes,
sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.

La marquesa Eulalia risas y desvíos
daba a un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven de los madrigales.

Cerca, coronado con hojas de viña,
reía en su máscara Término barbudo,
y, como un efebo que fuese una niña,
mostraba una Diana su mármol desnudo.

Y bajo un boscaje del amor palestra,
sobre rico zócalo al modo de Jonia,
con un candelabro prendido en la diestra
volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.

La orquesta perlaba sus mágicas notas;
un coro de sones alados se oía;
galantes pavanas, fugaces gavotas
cantaban los dulces violines de Hungría.

Al oír las quejas de sus caballeros,
ríe, ríe, ríe la divina Eulalia
pues son su tesoro las flechas de Eros,
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

!Ay de quien sus mieles y frases recoja!
!Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

Tiene azules ojos, es maligna y bella;
cuando mira, vierte viva luz extraña;
se asoma a sus húmedas pupilas de estrella
el alma del rubio cristal de Champaña.

Es noche de fiesta, y el baile de trajes
ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
una flor destroza con sus tersas manos.

El teclado harmónico de su risa fina
a la alegre música de un pájaro iguala,
con los staccati de una bailarina
y las locas fugas de una colegiala.

!Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico;
que desdenes rudos lanza bajo el ala,
bajo el ala aleve del leve abanico!

Cuando a medianoche sus notas arrranque
y en arpeguios áureos gima Filomela,
y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque,
como blanca góndola imprima su estela,

la marquesa alegre llegará al boscaje,
boscaje que cubre la amable glorieta
donde han de estrecharla los brazos de un paje
quie, siendo su paje, será su poeta.

Al compás de un canto de artista de Italia
que en la brisa errante la orquesta deslíe,
junto a los rivales, la divina Eulalia,
la divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.

¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
sol con corte de astros, en campos de azur,
cuando los alcázares llenó de fragancia
la regia y pomposa rosa Pompadour?

¿Fue cuando la bella su falda cogía
con dedos de ninfa, bailando el minué,
y de los compases el ritmo seguía,
sobre el tacón rojo, lindo y leve el pie?

¿O cuando pastoras de floridos valles
ornaban con cintas sus albos corderos
y oían, divinas Tirsis de Versalles,
las declaraciones de sus caballeros?

¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores,
de amantes princesas y tiernos galanes,
cuando entre sonrisas y perlas y flores
iban las casacas de los chambelanes?

¿Fue acaso en el Norte o en el Mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro;
pero sé que Eulalia ríe todavía,
!y es crüel y eterna su risa de oro!

*****

SONATINA

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidadas, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz,
o en el rey de las islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

!Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

!Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol de palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

!Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
!Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
!Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(la princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!

«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor.»

(Poemas extraídos del Libro «Prosas profanas»)
 

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