Mes: octubre 2011

Instante detenido

Instante detenido.

Llueve en el campo
y mi madre niña está sentada en la mecedora
tras la ventana baja.
Llueve y los pinos toman otro aspecto,
son como oscuros fantasmas húmedos
que sólo se ven cuando el tiempo
se detiene tras la ventana baja.
Suena la lluvia, como un susurro.
No se ve otra casa, ni otra persona:
Falta mucho para que ocurra
todo lo que debe ocurrir.
Habrá amor y guerra,
separación y miedo.
Y mucho dolor. Y estaré yo.
Pero ese momento de tiempo detenido,
está vacío.
Porque allí está la vida entera, en su voluntad,
pero oculta, llena de futuros y de pasados,
todos invisibles, intangibles, pero deseables.
O mejor, deseados.

Y mucho después, mil veces, en la vida real,
ella suspendía el tiempo,
me tomaba en su voz y me llevaba
de vuelta al instante detenido.
Llueve en el campo.
Y estoy yo, tras la ventana baja,
inquieto, buscando tórtolas en los pinos,
viendo el pasado invisible e ignorando el futuro,
sin darme cuenta de que visitaba el paraíso.
Llueve en el campo,
y mi madre está sentada en la mecedora.

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POETAS 84. Tomas Tranströmer (o el funeral de la poesía)

                                            

Para ser piadoso con Tranströmer, nacido en Estocolmo en 1931, que se pone a escribir poesía desde muy joven mientras iba alternándola con su trabajo de psicólogo, y que desde 1990 sufre una hemiplejía con afasia que no parece afectarle  su expresividad poética -dicen-,  diré que no entiendo su poesía. He tratado de comerme mi animadversión repentina, he vuelto a leerlo con comprensivos ojos, y he tenido otra vez que ir a recoger mis ojos por el suelo, que es dónde voy a buscar el libro de Tranströner cada vez que lo cojo y se me cae de las manos.  Para mi este nobel suena a estafa. Estafa a la poesía. Si es así, es una pena, porque me parece que ya hacía quince años que un poeta no recibía el nobel. No obstante, dejo tres poemas del sueco como muestra, a mí esos poemas no me han llegado; de los demás poemas que no transcribo aquí, ni siquiera he notado su presencia, y los omito. Acaso otros lectores tengan otras opiniones y se emocionen con sus libros; yo tengo suficiente con el que he leído, una antología que abarca gran parte de su obra: se titula «Deshielo a mediodía», y ha sido traducida por Roberto Mascaró.

*****

POSTLUDIO

Me arrastro como un garfio sobre el fondo del mundo.
Se engancha todo lo que no necesito.
Cansada indignación, resignación ardiente.
Los verdugos traen piedras, Dios escribe en la arena.

Silenciosas estancias.
los muebles, listos para volar en el claro de luna.
Avanzo silencioso hacia mis adentros
a través de un bosque de vacías armaduras.

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POETAS 83. Adonis I (Canciones de Mihyar el de Damasco)

 Más conocido por su seudónimo literario Adonis, Ali Ahmad Said Esber nació en Al Qassabin, una pequeña aldea de Siria, en 1930. Aunque no fue hasta los trece años que entró en la escuela, su padre ya le había enseñado a escribir y ya conocía los secretos de la lengua árabe. En 1954 se licenció en filosofía en Damasco. A los 24 años pasó once meses en prisión, acusado de actividades subversivas. En 1956 se traslada a Beirut, funda la revista «Poesía» y se entrega a su labor creativa. Desde 1975 vive en París, alternando estancias en el Libano. Los poemas que aquí se reproducen pertenecen a uno de sus primeros libros «Canciones de Mihyar el de Damasco», 1961, y han sido traducidos por Pedro Martínez Montávez.

*****

LA CAPA

La capa que hay en nuestra casa
la cortó mi padre con su existencia,
la cosió con cansancio.

Me dice: fuiste como ramo desnudo
en su costado,
mañana del mañana
en su conciencia.

La capa que hay en nuestra casa,
tirada y olvidada,
me ata a su tejado,
a su barro, a las piedras.
Veo en sus agujeros
su brazo acogedor, su corazón,
aquella desazón afincada en su alma
que me guardaba, que me envolvía,
que llenaba mi senda de bendiciones,
dejándome la flauta, el bosque y la canción.

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Morir

Morir

Hoy ya puedo hablar de la muerte,
que no me alcanza de repente
sino que se anuncia y
no como un fin de soledad.

La muerte no es un segundo,
es la suma de todos los adioses,
de todas las mínimas sabidurías
que ya han desaparecido.

Cada vez que un amor se me muere
mi yo muere un poco.

Y no es un segundo: es todo
cuanto no será posible preguntar tras el adiós.

Es la inmensidad de las caricias no dadas
de las palabras no dichas,
de los abrazos con que no me fundí
con mis amores muertos,
desperdicio de felicidad involuntario,
que son lo que más añoro.

Y mis amores imperecederos también
extrañarán mi tacto, mientras aguardan.

La muerte no es un segundo,
porque no es un suceso, algo que ocurre,
es parte de mi esencia,
que está siendo desde que soy.

Y hago recuento, en soledad, de mi ser
y lo que más he hecho ha sido morir.

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