Categoría: General

¿SE PUEDE ESCRIBIR POESÍA DESPUÉS DE AUSCHWITZ? (Un poema de Wyslawa Szymborska)

En una entrevista reciente hecha a Wyslawa Szymborska en el diario “El país”, el entrevistador le hace a la poeta que nació a pocos kilómetros de Auschwitz quizás la pregunta más interesante de toda la entrevista: “¿Qué piensa de la idea de Adorno de que no se puede escribir poesía después de Auschwtiz?” Wyslawa, que es tan irónica y descreída como entrañable, acaba quitándole la razón a Adorno y remata que “eso lo pudo comprobar personalmente, porque él  vivió todavía más de veinte años después de terminar la guerra. En ese tiempo hubo poetas nada desdeñables que escribieron poemas nada desdeñables. Si ese trabajo hubiera carecido de sentido ¿Para qué habría servido?” Es cierto que adorno sobrevivió veinte años a la hecatombe de los judíos, pero todavía en ese tiempo, en los años 60, siguió combatiendo la barbarie nazi, y en 1966 emitió una conferencia por Radio Hesse titulada “La educación depués de Auschwitz”. Hasta tal punto le seguía obsesionando a Adorno la posibilidad de que Auschwitz se volviera a poblar de prisioneros y verdugos humanos. Una de las cosas que nos recuerda Adorno en esa conferencia radiada es que no debemos apartar este horror de nuestra vista y de nuestra memoria, si queremos que Auschwitz no se vuelva a repetir. Y, por supuesto, seguía viendo el peligro en todas partes. Llama la atención, precisamente, sobre la estructura de nuestra propia sociedad, que produce individuos incapaces de amar y que sólo se ven seducidos por las posibilidades de la técnica y “sus lindos aparatos”. “La sociedad actual -nos dice- se basa en la persecución del propio interés en detrimento de los intereses de los demás. Los hombres, sin excepción alguna, se sienten hoy demasiado poco amados, porque todos aman demasiado poco. La incapacidad de identificación fue sin duda la condición psicológica más importante para que pudiese suceder algo como Auschwitz entre hombres en cierta medida bien educados e inofensivos”. (más…)

Loading

POETAS 8. Lope de Vega

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

Loading

[Arriba]

SEMANARIO DE POESÍA 4. Wislava Szymborska

UN GATO EN UN PISO VACIO

Morir, eso no se le hace a un gato.

Porque qué puede hacer un gato

En un piso vacío

Trepar por las paredes.

Restregarse en los muebles.

Parece que nada ha cambiado,

Y sin embargo, ha cam,biado.

Que nada se ha movido,

Pero está descolocado.

Y por la noche la lampara ya no se enciende

Se oyen pasos en la escalera,

Pero no son esos

La mano que pone el pescado en el plato

Tampoco es aquella que lo ponía.

Hay algo aquí que no empieza

A la hora de siempre.

Hay algo que no ocurre

Como debería.

Aquí había alguien que estaba y estaba,

Que de repente se fue

E insistentemente no está.

Se ha buscado en todos los armarios.

Se ha recorrido la estantería.

Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.

Incluso se ha roto la prohibición

Y se han desparramado los papeles.

Qué más se puede hacer.

Dormir y esperar.

Ya verá cuando regrese.

Ya verá cuando aparezca.

Se va a enterar

de que eso no se le puede hacer a un gato.

Se irá hacía él como si no quisiera,

Despacito,

Con las patas muy ofendidas.

Y nada de saltos ni maullidos al principio.

Wisława Szymborska (Kórnik, 2 de julio de 1923) es una poetisa polaca. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1996.Nace en Bnin, que hoy forma parte de Kórnik, cerca de la ciudad de Poznán  pero su familia se traslada pronto a Cracovia, ciudad en la que cursará sus estudios y de la que aún es residente.

Se la emparenta, geográfica, generacionalmente y por calidad, a escritores como Herbert o Milosz.

Dejó aquí el discurso que dió en la recogida del premio nobel, por si a alguien le interesa su poética, o mejor dicho, lo que piensa sobre la poesía y los poetas.

EL POETA Y EL MUNDO, Wislawa Szymborska

Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase… Pues ya la dije… Pero presiento que las que siguen van a ser igualmente difíciles, la tercera, la sexta, la décima, hasta la última, ya que debo hablar sobre poesía. Muy raras veces me he expresado acerca de este tema, casi nunca, y siempre con la convicción de que no lo hago muy bien. Por eso mi discurso no va a ser demasiado largo. Toda imperfección resulta más fácil de aguantar si se sirve en pequeñas dosis.

El poeta contemporáneo es escéptico y desconfía incluso -o más bien principalmente- de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es poeta -como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve forzado a definir su profesión, acude al término genérico «escritor» o al de alguna otra profesión que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. Profesor de Filosofía -ya suena mucho más serio.

No existen profesores de poesía, lo que haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa, quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como «parásito», por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta… Hace un par de años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él, entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo «poeta»; pronunciaba esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud.

En países más dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente, quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.

Hay algo que resulta muy característico. Continuamente se filman películas biográficas sobre grandes científicos y artistas. La tarea de los directores más ambiciosos es mostrar en forma verosímil el proceso creativo que condujo a importantes descubrimientos científicos o a la creación de grandes obras de arte. Se puede, con aceptables resultados, mostrar el trabajo de algunos científicos: laboratorios, instrumentos diversos y aparatos puestos en marcha logran por unos momentos mantener la atención de los espectadores. Además, resultan muy dramáticas las escenas de suspenso, cuando un experimento repetido miles de veces logró dar finalmente, merced a una mínima modificación, con el resultado tan esperado. Espectaculares pueden ser las películas sobre pintores, ya que es posible reconstruir todas las fases de creación de un cuadro -desde la primera raya hasta la última pincelada. Las películas sobre los compositores se llenan con su música: desde los primeros compases, que el creador escucha en su interior, hasta la obra madura ya terminada y repartida entre varios instrumentos. Todo sigue siendo muy ingenuo y no dice nada sobre el extraño estado de ánimo que se conoce comúnmente como inspiración, pero por lo menos hay algo para ver y oír.

El peor de los casos es el de los poetas. Su trabajo resulta irremediablemente poco fotogénico. Uno permanece sentado a la mesa o acostado en un sofá, con la vista inmóvil, fija en un punto de la pared o en el techo; de vez en cuando escribe siete versos, de los cuales, después que transcurre un cuarto de hora, va a quitar uno y de nuevo pasa una hora en la que no ocurrirá nada, ¿Qué clase de espectador podría soportar una cosa semejante?

He mencionado la inspiración. A la pregunta de qué cosa es, suponiendo que algo sea, los poetas contemporáneos responden de modo evasivo. Y no porque nunca hayan sentido los beneficios de este impulso interior, más bien se debe a otra causa: no es fácil explicar a los demás algo que ni siquiera se comprende bien.

Yo misma he evadido el asunto cuando me lo han preguntado. Y contesto lo siguiente: la inspiración no es privilegio exclusivo de los poetas ni de los artistas en general. Hay, hubo, habrá siempre un número de personas en quienes de vez en cuando se despierta la inspiración. A este grupo pertenecen los que escogen su trabajo y lo cumplen con amor e imaginación. Hay médicos así, hay maestros, hay también jardineros y centenares de oficios más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin, a condición de que sepan encontrar en él nuevos desafíos cada vez. Sin importar los esfuerzos y fracasos, su inquietud no desfallece. De cada problema resuelto surge un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo «no lo sé».

La gente así es bastante escasa. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja porque necesita conseguir los medios de subsistencia, trabaja porque no le queda de otra. No fueron ellos quienes por pasión escogieron su trabajo, son las circunstancias de la vida las que escogen por ellos. El trabajo mal querido, el trabajo que aburre, es respetado únicamente porque no resulta accesible para todos, y está situación constituye una de las más penosas desgracias humanas. No se vislumbra que los siglos venideros traigan un cambio feliz al respecto.

Así pues, tengo derecho a decir que aunque le estoy escamoteando a los poetas el monopolio de la inspiración, de cualquier manera los coloco en un grupo reducido de elegidos por la suerte.

En este punto pueden surgir ciertas dudas en los oyentes, si consideran que a los diversos verdugos, dictadores, fanáticos, demagogos que luchan por el poder con ayuda de un par de consignas gritadas en tono muy alto, también les gusta su trabajo y también lo llevan a cabo celosamente. Cierto, pero ellos sí «saben». Saben, y lo que saben una sola vez les basta para siempre. Ya no tienen curiosidad por saber más, puesto que podría debilitarse su fuerza de argumentación. De modo que cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto fenece, pierde la temperatura propicia para la vida. En casos extremos, como es bien conocido en la historia antigua y contemporánea, puede resultar mortalmente amenazador para las sociedades.

Por lo anterior, estimo altamente estas dos pequeñas palabras: «no sé». Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra Tierra diminuta. Si Isaac Newton no se hubiera dicho «no sé», las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas. Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho «no sé», probablemente se habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido la vida. Pero siguió repitiéndose «no sé» y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.

También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente «no sé». Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas «La Obra».

A veces fantaseo con situaciones inverosímiles. Me imagino, por ejemplo, en mi osadía, que tengo la oportunidad platicar con Eclesiastés, autor de un lamento estremecedor sobre la vanidad de todas las empresas humanas. Me habría inclinado muy hondamente ante él, ya que es -por lo menos para mí- uno de los poetas más importantes. Pero luego lo habría cogido de la mano: «Nada hay nuevo bajo el sol», has escrito, Eclesiastés. Sin embargo, Tú mismo has nacido nuevo bajo el sol. Y el poema que has creado también es nuevo bajo el sol, ya que antes de Ti nadie lo había escrito. Y nuevos bajo el sol son tus lectores, puesto que los que vivieron antes que Tú no te podían leer. Y el ciprés, en cuya sombra te sentaste, no crece aquí desde el principio del mundo. Le dio origen otro ciprés, semejante al tuyo, pero no en todo igual. Y además te quisiera preguntar, Eclesiastés, ¿qué desearías escribir, ahora, de nuevo bajo el sol? ¿Algo con qué completar tus ideas, o tal vez tienes la tentación de negar algunas de ellas? En tu poema anterior concebiste también la alegría, y ¿qué hay del hecho de que resulte ser tan pasajera? ¿Tal vez sobre ella va a tratar tu nuevo poema bajo el sol? ¿Tienes ya algunos apuntes o primeros esbozos? Pues no dirás «ya he escrito todo, no tengo nada que añadir». Esto no lo puede decir ningún poeta, y mucho menos uno tan grande como Tú.

El mundo, a pesar de cualquier cosa que podamos pensar sobre él, espantados por su inmensidad y nuestra impotencia ante él, amargados por su indiferencia frente a los sufrimientos particulares de la gente, de los animales y tal vez de las plantas -ya que ¿de dónde proviene la certeza de que las plantas están libres de sufrimientos?-; a pesar de cualquier cosa que pensemos sobre sus espacios atravesados por la radiación de las estrellas, alrededor de las cuales se empieza a descubrir algunos planetas -¿ya muertos?, ¿todavía muertos?, no se sabe-; a pesar de cualquier cosa que pensáramos sobre este teatro inmenso, para el cual tenemos un billete de entrada pero su vigencia es ridículamente corta, limitada por dos fechas decisivas; a pesar de no sé qué cosa más que pudiéramos pensar sobre este mundo: es asombroso.

Pero en la expresión «asombroso» se esconde una trampa lógica. Nos causa asombro lo que sobresale de la norma conocida y comúnmente aceptada, de una obviedad a la cual estamos acostumbrados. Pues bien, un mundo así, obvio, no existe. Nuestro asombro es autónomo y no procede de ninguna comparación de ningún tipo.

De acuerdo, en el habla cotidiana, la cual no recapacita sobre cada palabra, usamos expresiones como «la vida común», «los acontecimientos comunes»… Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.

Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo

Loading

[Arriba]

SEMANARIO DE POESÍA 1. Cesar Vallejo

Inicio aquí una sección de poesía. Se trata de seleccionar un poeta cada semana. Un solo poema, para no aburrir. Es por egoismo, a ver si así me da por leer poesía, que tal vez es lo que más vale la pena leer.  Si de paso se consigue que otras personas también la lean, mejor que mejor. Un poeta cada semana son muchos poetas al cabo de un año. Soy optimista. Calculo que por lo menos apeiron durará cuatro años. Eso serían doscientos poetas. Soy optimista: calculo que hay doscientos poetas dignos de introducir en apeiron. Es más, soy optimista: calculo que cuando ya se me acabe la selección, nosotros mismos nos iremos turnando. Es más, soy optimista: calculo, que nosotros mismos, tarde o temprano nos iremos turnando para colocar un poeta cada día. Es más, soy optimista, creo que a fin de cuentas, siempre acabará venciendo la poesía sobre la prosa cotidiana. Si alguien quiere añadir su propio poeta-poema, la sección está abierto a la inmensa minoría que formamos apeiron.

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…

Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa…

Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona…

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza…

Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo…

Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente…

Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito…

le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado… Emocionado…

CESAR VALLEJO

Loading

[Arriba]

LOS MALOS LECTORES NO SABEN LEER NOVELAS DE AMOR

A más de uno  le gustaría  dejar de leer libros para siempre, al enterarse de que A. Hitler era un lector compulsivo.  Aunque de sobra sé que la culpa no la tienen los libros, sino todo aquello que obsesivamente vamos a buscar en los libros, todas aquellas ideas que se han vertido sobre el papel para envenenar al hombre y encender brasas de odio. Está claro que Hitler no hubiera necesitado poseer una biblioteca de 16.000 volúmenes para encontrar las ideas que le bastaban para dejar a millones de judios sin ideas. “Leer –decía en Mein Kampf- no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin”. Y es que parece ser que Hitler nunca leía por placer. Tendríamos que preguntarnos entonces por qué motivo leemos muchos de nosotros, habría que preguntarse sino hacemos como Hitler, que leía no para ilustrarse o para aprender, sino para confirmar los prejuicios que ya tenía. Porque a veces tenemos la impresión que hacemos con los libros lo mismo que con las personas con las que nos paramos a conversar, que no escuchamos para nada aquello que tienen que decirnos, sino que estamos escuchando más bien la réplica que ya le teníamos preparada,  incluso antes de que comenzase a abrir la boca. Y perdemos así la ocasión de aprender algo vital que sólo en ese momento podíamos aprender, y que a nosotros nos estaba destinado. (más…)

Loading

[Arriba]

Acertijo

Si lo que era no es,

y lo que no será es,

entonces lo que es no era

y, lo que no es ni era, será.

Sólo puede ser lo que no será

ni lo que ya ha sido,

y sólo será lo que no era ni es.

¿qué es?

Loading

[Arriba]

UNA MUJER CON SOMBRERO COMO UN CUADRO DEL VIEJO CHAGALL

La realidad es asombrosa. Ayer fui a dejar en apeiron un cuento sobre un hombre que pierde su sombrero, pero cada vez que iba a grabar el cuento para que quedase editado, cada vez que le daba a la tecla enter, me salía una página web que me decía “entre”, y yo pensaba que ahí podía estar mi cuento del sombrero, pero resultaba que salía un texto en ingles con un el retrato de una señorita que llevaba un sombrero en la cabeza, como un retrato del viejo Chagall. Un sombrero que me resultaba familiar. Estaba ya a punto de echar espuma por la boca de pura rabia por haber perdido mi cuento en uno de los agujeros negros de Internet, cuando he notado que la chica del retrato no hacía otra cosa que insinuárseme, y yo, que soy un hombre fácil, me he quedado durante largo tiempo mirando sus ojos, y he podido leer en sus labios cómo me decían que podía entrar con ella a cambio de que dejase en la puerta mi sombrero, podía estar con ella siempre que me olvidase del cuento que había perdido, en realidad lo que me decía es que yo había escrito aquel cuento sólo para poder estar con ella, y ahora que ya lo había conseguido, bien podía olvidarme del cuento y del sombrero. No es coña. Ese era el rostro que durante todo este tiempo he estado perfilando por sueños y vigilias. Incluso una vez me puse a narrar un cuento donde describí su retrato, con ese mismo sombrero que yo perdí y ella me había robado.Eso es por lo menos lo que yo creía leer en sus labios, pero lo cierto es que no eran sólo sus labios los que se movían para decirme cosas, sus propios ojos me habían acabado hipnotizando y capturándome hasta tal extremo que ayer por la noche seguí soñándo con ella, y no puedo quitarmela ahora de la cabeza a esa chica que quiere yacer conmigo en no sé qué extraña página web que ya empieza a darme miedo, donde se me presenta una chica que dice que me está esperando a cambio de que yo me olvide de mi sombrero, con su sombrero, me dice, ya tenemos bastante, es quizás la única manera viable que tengo yo ya de vivir sin sombrero, parapetándome a la sombra de unas largas púpilas, perdiéndome en sus ojos para confundirme a la sombra de una muchacha en flor, en esa página web en la que ahora deseo quedarme para ir con mi cuento a otra parte. En fin, ojalá todos pudiéramos perder el sombrero y la razón y la cabeza como la estoy perdiendo yo por una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo chagall.

Loading

[Arriba]

PROTESTA POR LA PÉRDIDA DE UN SOMBRERO

Loading

[Arriba]

Un tema humano: la razón sin conciencia o el poder de la irracionalidad

           Érase una sociedad ampulosa que se juzgaba, no por lo que no le faltaba sino por lo que tenía, y tenía muchas cosas, más, muchas más de las que necesitaban. Érase una sociedad que se decía justa porque cada cual tenía lo que podía, y cuanto más poder más tenía, y así se llamaba libre porque todos tenían el mismo acceso al poder, y gracias al poder tenían. Por eso era una sociedad que podía ser feliz, porque lo importante era “el poder” serlo, y con esto qué más podían querer. Pero, apareció entre ellos un hombre sin poder, porque no tenía nada; andrajoso y pestilente le vieron moverse entre ellos. En la más absoluta perplejidad le miraron porque ese hombre no podía ser libre, no tenía poder. ¿Cómo podía –se preguntaban- un ser humano rechazar lo mejor?. Fue entonces cuando algunos le miraron con más ahínco y descubrieron las quemaduras que tenía por todo el cuerpo, estaba desfigurado, y la enfermedad acampaba libremente por su frágil cuerpo. Pensaron en la desgracia, por eso un ser así no podía tener nada. Asombrados, vieron como extendía la mano. Alguno, más valiente, quiso mirarle a los ojos buscando “algo”, y se dio de bruces con la conciencia: “aquél hombre –pensó-, si yo fuera aquél hombre sería un asesino, sería un ladrón, sería el peor de los hombres porque así es como es”. Aturdido se miró entonces a sí mismo: “¿cómo era posible pedir ayuda siendo un desgraciado?”; qué le permitía a ese hombre mostrarnos su desgracia y su miseria, como si no fuera con él la circunstancia, como si todo lo que tuviera de humano fuera su mirada. La mirada en que yo juzgué su poder y descubrí el mío: “la conciencia de poder ser cualquiera” y no el poder de tener lo que veo

Loading

[Arriba]

Una sonrisa sentada

Érase que se era, y sea de ello lo que fuere, un buda sonriente que hallábase sentado siempre, en posición calmada. Tenía las extremidades que llegan al pie cruzadas y apoyadas en sus rodillas las que extreman en las manos con las palmas orientadas y abiertas hacia el lugar por donde cae el agua, transparente y clara. Pasaba así los días, las semanas, en su desaparecida mirada, y sin salir ni llegar del instante en el que no pesaba.
Nada tendríamos que contar si así la historia se quedara; pero inertes, ni la flor, ni el agua salada. Nuestro sonriente buda hallábase en medio de la selva, en una pequeña explanada. Los lóbulos de sus orejas caían cansados, languideciendo siempre, como tímpanos desechos por el enjambroso ruido sin que les perturbara nada. Pero un suceso extraño aconteció, y todos, sin excepción, cuentan lo vivido cada cual como lo entiende, porque aquél hecho de tal manera ocurrió que podría explicarlo todo, o tal vez nada. Encontrábase nuestro sonriente buda en su completo estado, inalterado, cuando estrepitosamente reventó el silencio una voz, un alarido que cruzando la selva, sin guía, a todos amenazó. Desde el interior del pecho desnudo de nuestro buda, tras una herida abierta, un pequeño hombre se abría paso, a zancadas, y tras él cicatrizaba, como si no hubiera pasado nada. Nuestro hombrecillo se plantó, en jarras frente a aquél inmóvil cuerpo, tantas veces más grande que él, pero al que retó sin miedo. Centrando sus ojos en aquél grave torso, de cara, se puso en gritos a pronunciar palabras, fuertes y mal sonadas. Acudieron en revuelo los pájaros, y todos fueron con el tronar de tambores de guerra, acercándose hasta donde la prudencia era sabia.
Así estuvo nuestro pequeño y valeroso guerrero horas y horas en las que parecía alterarse cada vez más; ya toda la selva estaba allí, rodeando aquella batalla. Era ya el momento de que algo pasara, porque nuestro sonriente buda seguía sin mover pestaña. Y sucedió que otro hombrecillo y de nuevo por el pecho, por el mismo pliegue, con gran solemnidad, ahora, al salir, caminaba. Admirados por el acontecimiento que presenciaban, abrieron todos la boca, cayéndoseles la quijada. Descendía por las extremidades, y, tras él, la sutura otra vez se cerraba. Sellándose hasta desmentir lo que momentos antes pasara. Éste pareció, más bien, pacífico, porque no llevaba armas, aunque ambos mostraran la misma estatura y talla. En sus cabezas el mismo yelmo portaban. Nuestro hombrecillo invitaba a sentarse frente a él, a aquél que tanto le había aturdido con sus voces altas, con su albedrío y su mala gana. Había salido para acallarlas. Pero nuestro valeroso guerrero no se hallaba allí para el silencio, y no reservó sus palabras, porque esperaba, desde hacía tiempo, poder anegarlo, sin dilación, ni lamento. Era así, porque no podía vivir oculto y callado; era así, porque el ruido exterior aclamaba su fuerza y, con ella, le retaba; en fin, no podía vivir sino era así, en pugna y hostilidad encontronada.
¡Vive el buda¡ que nuestro pacífico guerrero escuchaba, y en esas quejas encontraba algo de su propia lucha, que él, no sin gran esfuerzo, apaciguaba. Fue sin mediar más. Un oxidado silbido, metálico de vaina y sable, cruzó chirriando la selva de extremo a extremo. Afilado el sonido y su eco, absorbiendo tras él cada silencio. Todos eran llamados a ser búhos y, así, lo observaban. Nuestro pacífico guerrero se sentó, y esperó. O liberaba a sus hombros de tan pesada carga, o no pasaría nada. Jadeante y fatigado, asida la empuñadura fuertemente con las dos manos, desde el hombro sobre el que la apoyaba, hizo aquél guerrero tal bélico alarde de fuerza que marcando un semicírculo segador pasó rebanándole a aquél hombre la cabeza. Quebrándole de un golpe la respiración y su pacífica fuerza. Tal ímpetu la impulsó, que no pudiendo frenarla su espada completó el círculo en que él mismo se hallaba, y ante el asombro de todos, era ahora su cabeza quien también rodaba. Se desplomó, y en posición sentada, quedaron uno, frente al otro, sin sangre, ni palabras.
La lluvia cayó bruscamente, se rompió el agua. Gotas ínfimas lo inundaron todo, anegando el lugar, elevándose hasta el mismísimo cuello, bajo la imponente sonrisa de nuestro sereno atalaya. Y así, cuando la tierra gozó del agua y por ella fue alimentada, tras un sol que la devuelve al cielo ya evaporada, apareció el cuerpo impecable y entero de nuestra sonrisa sentada. De los guerreros nada se halló. Tan sólo dos flores de loto en un charco próximo se rozaban. Cuentan que estos hechos, siempre, antes de llover, así se mostraban. Gota tras gota de agua, y harta de caer, después, marchaba. Dicen que el buda sonreía siempre porque el amor de sus flores estaba en el agua; y, que si alguien observaba este suceso, comprendería algo de lo que la naturaleza explicaba. Ahora todos saben que nuestro buda sabio ama; aunque sólo él pudo cambiar su vida y no la vida que en él llevaba.

Loading

[Arriba]