POETAS 16. José Hierro
VIDA
DESPUÉS DE TODO, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada
Grito «!Todo!», y el eco dice «!Nada!».
Grito «!Nada!», y el eco dice «!Todo».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que en definitiva, era la nada).
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
EN SON DE DESPEDIDA
No vine sólo por decirte
(aunque también) que no volveré nunca
y que nunca podré olvidarte.
Emprendo la tarea
(imposible, si es que algo hay imposible)
de racionalizar, interpretar, reconstruir y desandar
aquellas fábulas y hechizos
que gracias a ti fueron realidad.
Recupero los pasos iniciados a la orilla del río
y que desembocaban en «Kiss Bar» (aunque no estoy seguro
donde estaba el principio y dónde el fin).
Estoy cansado, muy cansado.
Don Antonio Machado dijo hace más de medio siglo
«Soy viejo porque tengo más de sesenta años,
que es mucha edad para un español».
(Sin comentarios).
He vivido días radiantes
gracias a tí. Entre mis dedos se escurrían
cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.
Fue un tercer grado carcelario:
regresas a la cárcel por la noche,
por el día -espejismo- te sientes libre, libre, libre.
Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos
de los siglos arrebatarme tanta felicidad.
Yo no he venido -te lo dije-
para decirte adios. Sé que no me echarás de menos,
y eso que yo soñaba ser todo para tí
como tú lo eres todo para mí.
!Ay vanidad de vanidades y todo vanidad!
No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas).
Bebo el último whisky en el «Kiss Bar»,
la última margarita en «Santa Fe»,
rodeo luego la ciudad y su muralla de agua
en la que ya no queda nada que fue mío.
Desisto de adentarme en su recinto,
no tengo fuerzas para celebrar
la melancólica liturgia de la separación.
Sólo deseo ya dormir, dormir,
tal vez soñar.
ORACIÓN EN COLUMBIA UNIVERSITY
BENDITO SEA DIOS, porque inventó el silencio
y el chirrido de la chicharra,
y el lagarto de fastuoso traje verde,
y la brasa hipnotizadora
(horizontal crepúsculo pudo haberla llamado
don Pedro Calderón de la Barca en el declive del barroco).
Bendito sea Dios que invento el agua,
el agua sobre todo.
Bendito sea Dios porque inventó el amanecer
y el balido que lo poblaba
Ahora vuelvo a escuchar aquella melodía.
El arroyo arpegiaba sobre canto rodados,
hacia el contrapunto.
Suena el concierto en mi memoria.
O puede que se trate
de una música diferente:
la que escucho, primero, entre los arrayanes de Granada
Federico García Lorca,
y luego aquí, rescatada,
en Columbia University.
Bendito sea Dios que inventó los prodigios
que contaba mi padre
perfumado de espliego y de tomillo
Era historias de ciudades mágicas
en las que el agua circulaba
por venas de metal, agua caliente y fría
(nos lo contaba al borde del regato,
helado en el invierno, seco en estío:
«venga a lavarse, coño, guarros».
Y obedeciamos).
Bendito sea Dios porque inventó la cabra
-la cabra que rifaba por los pueblos-
mucho antes que Pablo Picasso,
con barriga de cesto de mimbre
y tetas como guantes de bronce.
Maldito sea Dios porque inventó el estaño
parpadeante del olivo
ramas y tronco de Laoconte
y aquella sombra trágica de catafalco y oro:
un rayo congelado en la mano siniestra
y en la diestra un crepúsculo.
Maldito sea Dios porque inventó a mi padre
colgado de una rama del olivo
poco después de recogerse la aceituna.
No puedo perdonárselo.
Pero eso fue más tarde.
Antes fueron los niños.
Bendito sea Dios que inventó aquellos niños,
vestidos como principes o pájaros.
Con voces de cristal, «Papá», decían a su padre.
Bendito sea Dios por inventar una palabra
milagrosa, jamás oída,
y su padre correspondía
con vaharadas de ternura.
Maldito sea Dios, porque yo quise
arrezagarme en la ternura
pronunciando la mágica palabra
entonces descubierta «¿Papá? «Mariconadas,
si te la vuelvo a oir te llevas una hostia».
Bendito sea Dios porque inventó los años,
1970, 1980,1990…,
inventó el fuego, el oro viejo
de los arces de otoño,
y estos ríos profundos como penas,
largos como el olvido o el recuerdo,
hospitalarios, generosos,
por los que la ciudad va navegando
hasta la mar, que es el morir.
Bendito sea Dios que inventó libro sabios.
Se daba nombre en ellos
a lo que antes no lo tenía.
Bendito sea Dios porque inventó licenciaturas
masters, campus con risas y con marihuana,
laboratorios y celebraciones
con cantos en latín, gaudeamus igitur,
todo situado en niveles distintos del tiempo.
Bendito sea Dios que inventó la memoria
y que inventó el silencio de este lugar aséptico,
y las venas metálicas ocultas
en las que el agua espera
unas manos liberadoras que les devuelvan su canción.
Ahora sé que mi padre está vengado.
Mi padre, descolgado del olivo
pronuncia con mis labios las palabras totémicas
y se estremece este recinto sagrado.
«Coño, joder, carajo, a lavarse la cara, hostías».
y abro los grifos, lavabos, duchas, retretes,
se desbordan las aguas que él soñaba
en la choza de adobe y paja,
cantan la gloria de la recuperación,
y mi padre navega por las aguas,
le provoco, gritándole desconsolado.
«!Papá!» «Mariconadas», me contesta.
«!Papá!» Mariconada… glu, glu,
ahogado, recuperado,
navegante por los canales de oro,
vivo ya para siempre.
*****
José Hierro nació en MadriD en 1922 y murió en la misma ciudad en 2002. Tiempo y muerte, amor y pérdida, mar y desencanto son algunos de los elementos de su obra. vivió su infancia y adolescencia en Santander y, al final de la Guerra Civil, con 17 años, fue encarcelado hasta 1944, acusado de ayudar a presos políticos. Tres años después, en 1947, publicó su primer poemario, tierra sin nososotros, donde expresó su impotencia por lo vivido y la tristeza por su país. El tiempo de la guerra y la posguerra, plasmados en su obra, lo señalan como poeta social. El paso del tiempo en su intimidad y en el exterior tienen una presencia notable en el resto de su creación.