POETAS 67. Konstantino kavafis IV (Recuerda, Cuerpo)

No llevamos dentro de nosotros narrador más espontáneo que la memoria. Fantasea, inventa, da saltos, busca similitudes con el presente, invoca y revoca, hace sus puestas de escena y criba los recuerdos dejando indemne sólo aquello que es esencial, ya sean detalles físicos, emocionales o mentales. En pocos poetas se puede apreciar ese arte para la puesta en escena y la narración como en Kavafis. El es el narrador lírico por excelencia. Sabe encontrar siempre el marco adecuado desde el que enseñarnos los personajes, suscitando así el efecto buscado. Que Cavafis utilice otros personajes para enmascarar su yo, o que bucee en la Historia para encontrar momentos que por su consonancia se solapan con el presente histórico o biográfico, no son más que argucias para narrar de una manera compleja un sentimiento que aparenta ser sencillo, pero que lo es engañosamente. Uno de los marcos narrativos más simples desde los que Cavafis nos muestra sus escenas es el marco de la memoria, de la reminiscencia. Los personajes de Cavafis no sólo recuerdan sucesos y personas amadas: también se colocan en su contexto, representan, meditan, amplían el espacio y el tiempo de la ciudad en la que viven, animan su presente con una vida más rica y más sabia. En alguna ocasión comentó Kavafis respecto a sus propios poemas que aunque los sentimientos hayan cambiado, los poemas seguirán siendo verdaderos en el pasado, y aunque no pudieran aplicarse nunca más en su vida, podrían ser aplicables a sentimientos de otras vidas. La vida de uno mismo y de los otros puede salvarse a través de la memoria. Para Kavafis, al igual que sucede en Proust, la memoria es algo trascendente. En sus poemas más rememorativos, concibe la memoria como Musa a la que se invoca para que le devuelva la inspiración de los días idos. Pero estos recuerdos los afronta Kavafis desde la experiencia que le dan los años. La suya es una memoria reflexiva.  También una memoria corporal, que se vuelve sensual y sensorial, y que se despierta ante la imagen de los placeres, los perfumes y los lechos. La memoria en Kavafis obra como un bálsamo contra los males del tiempo. Sólo en los recuerdos es posible recobrar la juventud, estar de nuevo junto al amado y librarse de la transitoriedad de las cosas. El tiempo, que todo lo devora, no consigue devorar los recuerdos. El tiempo, que afecta los cuerpos, no consigue alterar el espíritu. No puede sepultar todos los días que se fueron. Kavafis, tan amante de la historia, de las tumbas y de sus inscripciones, sabe que toda vida puede tener su comentario y su epitafio. Siempre nos quedarán las cenizas de los días esplendidos, que son los que brillaron con luz propia, dejando su huella. Siempre nos quedan también las prendas del amor, que despiertan y modulan ese recuerdo. Quedan en pie algunos documentos, algunas cartas de amor, algunos bocetos, incluso algunos poemas con los que el propio artista salva a los seres del olvido. Hay imágenes de sensual belleza que después de muchos años regresan para perdurar en sus versos. En el poema «En un barco», un viejo apunte  hecho a lápiz, en que retrata a una persona amada, conduce a Kavafis a darse cuenta que en la intemporalidad de la memoria hay ya mayor belleza y fidelidad que en un obra de arte. Pero el tiempo actual desde el que el poeta comienza a evocar sus recuerdos es un presente que tiene su propia presencia: el poeta vive como entre dos tiempos y una especie de biombo narrativo parece separarlos, sin que por ello queden estancados. Hay una vívida comunicación entre el pasado y el presente del poeta. En el poema «Al atardecer», después de haber evocado los días de placer ya idos, al leer unas antiguas cartas de amor, el protagonista sale al balcón melancólicamente y se vuelve a perder en el bullicio de las calles de la ciudad que ama. En «Recuerda, cuerpo», el recuerdo es tan poderoso que acaba por conmover todas las fibras del cuerpo, haciendo que éste se sienta orgulloso de cuánto hizo sentir en otros cuerpos, temblando a la vez con ellos. Los recuerdos que selecciona Kavafis, al ser recuerdos de amor, logran transmutar con su poder y su luz toda la realidad circundante, logrando redimirse así de la grisura de los días y  de las mudanzas del tiempo.

*****

RECUERDA CUERPO
(1918)

Recuerda, cuerpo, no sólo cuando fuiste amado,
no solamente en qué lechos estuviste,
sino también aquellos deseos de ti
que en otros ojos viste brillar
y temblaron en otras voces -y que humilló
la suerte.
Ahora que todos ellos son cosa del pasado
casi parece como si hubieras satisfecho
aquellos deseos -cómo ardía,
recuerda, en los ojos que te contemplaban;
cómo temblaban por ti, en las voces, recuerda, cuerpo.

*****

VUELVE
(1913)

Vuelve otra vez y tómame,
amada sensación retorna y tómame-
cuando la memoria del cuerpo se despierta,
y un antiguo deseo atraviesa la sangre;
cuando los labios y la piel recuerdan,
cuando las manos sienten que aún te tocan.
Vuelve otra vez y tómame en la noche,
cuando los labios y la piel recuerdan…

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LEJANO

(1914)

Quisiera revivir este recuerdo…
Pero está extinguido ahora… casi nada subsiste-
yace lejos, en los años de mi adolescencia.

una piel hecha de jazmines en la noche…
Aquella de agosto -¿fue agosto?- recuerdo apenas…Aquellos ojos; eran, creo, azules…
Sí, azules: como el zafiro. 

*****

GRISES
(1917)

Mirando un ópalo casi gris
recordé dos hermosos ojos grises
que había visto. Hace quizás veinte años…

………………………………………………………

Nos amamos durante un mes.
Después él se marcho; creo que a Smirna,
a trabajar allí, y no volvimos a vernos.

Los ojos grises -si aún vive- se abrán afeado;
marchito estará aquel bello rostro.

Consérvalos, oh memoria como eran.
Y alguna vez aquel amor
y aquella noche devuélveme.

*****

AL ATARDECER
(1917)

De cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho.
La experiencia
de los años así lo enseña. Mas qué bruscamente
todo cambió.
Corta fue la hermosa vida.
Pero qué poderosos los perfumes,
en qué lechos esplendidos caímos,
a qué placeres dimos nuestros cuerpos.

Un eco de aquellos días de placer
un eco de aquellos días volvió a mí,
las cenizas del fuego de nuestra juventud;
en mis manos cogí de nuevo una carta,
y leí y volví a leer hasta que se desvaneció la luz.

Y melancólicamente salí al balcón-
salí para distraer mis pensamientos mirando
un poco la ciudad que amo,
un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.

*****

LA MESA VECINA
(1918)

No puede tener más de veintidós años.
Y sin embargo estoy seguro, hace esos
años gocé este mismo cuerpo.

No me ciega el deseo.
Apenas he llegado a este local;
no he tenido ni tiempo de beber suficiente.
He gozado este cuerpo.

Y no recuerdo dónde -y qué más da.

Ah, pero mirándolo sentado en la mesa vecina
reconozco todos sus movimientos – y bajo su ropa
de nuevo veo los amados miembros desnudos.

****

AL PIE DE LA CASA
(1918)

Ayer cuando paseaba por mi barrio
alejado del centro, pasé bajo la casa
donde solía ir cuando era joven.
El amor había poseído allí mi cuerpo.
con su maravilloso poder.

Y ayer
mientras andaba por la vieja calle,
de repente se embellecieron por la magia del amor
las tiendas, las aceras, las piedras,
y muros, balcones y ventanas,
nada quedó allí como antes era.

Y mientras permanecía y miraba la puerta,
y en pie me demoraba ante la casa,
todo mi ser se abrió a la placentera
y sensual emoción entregándose.

*****

Y PERMANECE
(1919)

Sería la una de la madrugada,
o la una y media.
En un rincón de la taberna;
tras la celosía.
Los dos solos en el local vacío.
Una lámpara de petróleo vagamente nos iluminaba.
Dormía el sirviente a la puerta la fatiga de la vigilia.

Nadie podía vernos. Aunque ahora
la pasión era tan intensa
que la prudencia desbordaba.

Entreabrimos nuestras ropas -ya muy escasas
en el ardor de un divino mes de julio.

Júbilo de la belleza gozada en la levedad
de unas ropas entreabiertas;
desnudez radiante de la carne -cuya imagen ha atravesado
veintiséis años; y ahora vuelve
y permanece en el poema.

*****

EL SOL DE LA TARDE
(1919)

Esta habitación, qué bien la conozco.
Han alquilado ahora este cuarto y el de al lado
para oficinas. Toda la casa ha sido
devorada por oficinas, y comercios, y Compañías.

Oh qué familiar es esta habitación.

Una vez aquí junto a la puerta hubo un sofá,
y delante de él una pequeña alfombra turca;
y luego el anaquel con dos floreros amarillos.
Y a la derecha; no, frente a ellos, un armario de espejo.
Y aquí, en el centro, la mesa donde él se sentaba a escribir
y alrededor de ella las tres sillas de mimbre.
Y junto a la ventana el lecho
en que tan a menudo nos amábamos.

Aquellos viejos muebles deben andar por alguna parte.

Y junto a la ventana el lecho;
el sol de la tarde llegaba hasta el centro de la cama.

… A las cuatro de una tarde nos separamos,
por una semana solamente… Jamás
pensé que duraría para siempre.

EN UN BARCO
(1919)

Ciertamente se le parece
este pequeño apunte hecho a lápiz.

Dibujado con prisas, en la cubierta del barco,
una maravillosa tarde.
En torno nuestro el mar de Jonia.

Se le parece. Pero en mis recuerdos es más bello.
Era sensible hasta el extremo de sufrir,
y ello iluminaba su expresión.
A mi memoria vuelve más hermoso
ahora que mi alma lo evoca fuera del tiempo.

Fuera del tiempo. Es tan antiguo todo…
el dibujo, este barco y la tarde.

*****

SEGÚN LAS FÓRMULAS DE LOS ANTIGUOS MAGOS GRECO-SIRIOS
(1931)

«Qué destilación de hierbas
de encantamiento», dijo un sensual,
«qué destilación preparada según las fórmulas
de los antiguos magos greco-sirios,
sería capaz un día (aunque no excediese de un día
su poder), o por sólo una hora,
de devolverme mis veintitrés años
otra vez; a mi amigo cuando tenía veintitrés,
y todo aquello… su belleza, su amor.

Qué destilación puede descubrirse preparada según las fórmulas
de los antiguos magos greco-sirios,
la cual al mismo tiempo que esta vuelta al pasado
me devuelva con él nuestra habitación.

DÍAS DE 1908
(1932)

Aquel año se encontraba sin trabajo;
y ganaba su vida jugando a las cartas,
o a los dados, y pidiendo prestado.

Un empleo, de tres libras al mes, le había sido
ofrecido en una papelería.
Pero no lo aceptó.
No era para él. Un salario tan bajo
para un joven bien educado, y con veinticinco años.

Con dos o tres chelines diarios podía vivir.
No era difícil obtenerlos de las cartas o los dados,
en aquellos cafés suyos, populares,
jugando con astucia y estúpidos compañeros.
Pero acumulaba deudas.
Pocas veces ganaba un tálero, y con frecuencia
tan sólo un chelín.

Cada semana, o algunos días al mes,
sobre todo aquellos en que no había estado toda la noche en vela,
se refrescaba con un baño en el mar por la mañana.

Vestía miserablemente.
Llevaba siempre el mismo traje, uno marrón
muy raído y ya sin color.

Oh días estivales de 1908,
en vuestra imagen, como obsequio a la belleza,
aquel traje marrón y raído no permanece.

Vuestra imagen lo ha preservado
devolviéndolo tal como apareció al quietarse aquellas prendas,
cuando tiró lejos el mísero traje y la zurcida ropa interior.
Quedando desnudo; por completo; sin defectos;
sus hermosos miembros bronceados
en la desnudez matinal de aquella playa.

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Una respuesta a “ POETAS 67. Konstantino kavafis IV (Recuerda, Cuerpo) ”

  1. Tupa dice:

    Me choca la abrumadorapresencia del cuerpo puramente físico con el destilado de otro «grand vivant» que lo considera imprescindible pero manifestación de la Voluntad, o vía para su mostrarse.

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