Mes: septiembre 2010

POETAS 59. Idea Vilariño III (Pobre mundo)

Idea Vilariño, Uruguay (1920-2009), comentó en  entrevista a Elena Poniatowska: «Uno es más que su yo profundo, que su posición metafísica; hay otras cosas que cuenta: el dolor por la tremenda miseria del hombre, el imperativo moral de hacer todo lo posible por que se derrumbe la estructura clasista para dar paso a una sociedad justa. Aún cuando uno sea coherente con su actitud esencial -hay una sola coherencia posible- no puede evitar ver el dolor, no puede rehuir el deber moral.  Y entonces se pone a compartir la lucha, a ayudar la esperanza». Idea Vilariño publicó «Pobre mundo» en 1966.

POBRE MUNDO

Lo van a deshacer
va a volar en pedazos
al fin reventará como una pompa
o estallará glorioso
como una santabárbara
o más sencillamente
será borrado como
si una esponja mojada
borrara su lugar en el espacio.
Tal vez no lo consigan
tal vez van a limpiarlo.
Se le caerá la vida como una cabellera
y quedará rodando
como una esfera pura
estéril y mortal
o menos bellamente
andará por los cielos
pudriéndose despacio
como una llaga entera
como un muerto.

                               (Las Toscas, 1962)

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POETAS 64. Giacomo Leopardi

Leopardi nace en 1798 en Recanati (Las Marcas, Italia), descendiente de una familia noble. Físicamente  débil y deforme, tuvo temprana conciencia de su deformidad, que le obligó a llevar una vida solitaria. A los 15 años empieza por cuenta propia a estudiar el griego y escribe una «Historia de la astronomía». En 1816 escribe varios trabajos en poesía y prosa y traduce el «Libro segundo de la Eneida». 1819 pasa por ser uno de los años más fructíferos del poeta. Es el año que intenta fugarse de la casa paterna, pero también el año que escribe su famoso poema «El infinito». En 1824, después de intentar, sin exito, obtener la cátedra de Literatura Latina en la Biblioteca Vaticana, escribe «Opúsculos morales», obra que se publicará en Milán tres años más tarde. Los últimos años de su vida fueron una sucesión de viajes por toda Italia (Roma, Milan, Florencia, Bolonia). Murió en Roma en 1837, poco después de escribir su último canto, «El ocaso de la luna».

Según Francisco Rico,  en Leopardi, «el mundo y la realidad toda conspira para el sufrimiento del hombre, cuyo único consuelo está en la reflexión, la creación y la vaga esperanza de dejar una obra perdurable. Su aproximación a los postulados románticos se conjugó con una orientación estética clasicista y desembocó en una honda meditación sentimiental, de expresión contenida. (…) Los rasgos que lo hacen inconfundible son, sin embargo, el tono radicalmente pesimista, nihilista y escéptico, y la nitidez con que dibuja paisajes y escenas de costumbres transfigurados en estados de ánimo».

El título fundamental de su exigua obra poética son los Cantos (1824-1835).  Su ideal de poesía puede apreciarse en la siguiente declaración: «Yo estimo poco aquella poesía que, leída o meditada, no deja en el ánimo del lector un sentimiento noble, que por media hora le impida admitir un pensamiento bajo o hacer una acción indigna». En carta a su amigo Giuseppe Melchiori, dejó constancia de cuál era su peculiar método de trabajo: «Al escribir sólo he seguido una inspiración que, al llegarme, en dos minutos ya formaba el diseño y la distribución de toda la composición. Hecho esto acostumbro siempre a esperar que me vuelva otro momento, y al volver (ordinariamente no ocurre sino después de algún mes), me pongo entonces a componer, pero con tal lentitud que no me es posible acabar una poesía, aunque sea brevísima, en menos de dos o tres semanas».

LA NOCHE DEL DÍA DE FIESTA

Dulce y clara es la noche y calla el viento;
y quieta sobre huertos y tejados
posa la luna y a lo lejos muestra
serena cada monte. Amada mía,
ya calla toda senda; en las ventanas
rala trasluce la nocturna llama:
tu duereme: que te atrajo fácil sueño
en tu silente estancia, y no te asecha
cuita ninguna; y no sabes ni piensas
cuánta llaga me abriste aquí en el pecho.
Tú ya duermes: yo el cielo que aparece
dulce a la vista, a saludar me asomo,
y a la antigua natura omnipotente
que al dolor me forjara. A ti, me dijo,
la esperanza te niego, aun la esperanza,
y sólo el llanto brillará en tus ojos.
Solemne fue este día: de la fiesta
descansas ya; quizá en sueños recuerdes
cuantos hoy te admiraron, cuantos otros
te gustaron a ti; no que yo espere,
en tu mente morar. Pregunto en tanto
cuánta vida me queda, y en el suelo
me arrojo, grito y tiemblo, !Oh horrendos días
en tan joven edad! Ay, por la calle
oigo no lejos el solitario canto
del artesano, que de noche vuelve,
tras los solaces, a su pobre albergue;
y duramente se me oprime el pecho,
al ver que por la tierra todo pasa
sin casi dejar huella. Así ya ha huido
este día de fiesta, y al festivo
le sigue el día vulgar, y borra el tiempo
todo humano accidente. ¿Dónde el eco
de los pueblos antiguos? ¿Y la fama
de las gentes famosas, y el imperio
de antigua Roma, y el fragor, las armas
que cruzaron los mares y la tierra?
Todo es paz y silencio; todo posa
en el mundo y nadie los recuerda.
En mi primera edad, cuando se espera
ansiosamente el día de fiesta, luego,
ya extinto, en vela, dolorosamente
al lecho me abrazaba; y en la noche
un canto que se oía en los senderos
alejarse muriendo poco a poco,
ya como ahora me oprimía el pecho.

                Trad. de María de la Nieves Muñiz Muñiz.

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POETAS 63. Mark Strand

Mark Strand nació en 1934 en Sunmerside (Canadá) y murió en Nueva York el 29 de noviembre de 2014. Aunque Mark Strand abandonó pronto Canadá, siempre conservó un vínculo con este país. Canadá representaba para Strand el país de sus primeros recuerdos, en el que sus padres vivieron sus últimos años y en el que estaban enterrados: “Era el refugio de su pena, y era tan grande y vacuo que cada día que vivieron ahí tuvieron la certeza de estar perdidos”. Su destino itinerante iba a llevarle con su familia a instalarse en Estados Unidos. Cleveland, Montreal, Nueva York y Filadelfia fueron las plazas del padre como directivo de Pepsi-cola, convirtiendo los primeros años del poeta en una mudanza continua. También vivió durante estos años en Colombia, México y Perú, donde aprendió un español suficiente que a la larga le serviría para traducir a Rafael Alberti y Octavio Paz. Pero más que de Canadá o Estados Unidos, se consideraba ciudadano de un mundo hecho de libros, cuadros o fotos y cuya nación era la nación del idioma inglés. “No creo –comentó en cierta ocasión -que las condiciones geográficas que se me impusieron por haber nacido en Canadá y vivido en los Estados Unidos me definan en absoluto. Creo que me define de manera más elocuente lo que leo, lo que miro, la gente que conozco, y lo que escribo”. Después de graduarse en Antioch College en 1957, su vocación por la pintura le llevó a Yale para estudiar con el artista Joseph Albers, graduándose como pintor en la facultad de Bellas Artes en 1959. Desde entonces la pintura iba a ser una de las constantes de Mark Strand. Se ha dicho que en sus versos surrealistas e introspectivos se proyecta la sombra de Max Ernst, Giorgio de Chirico, o Magritte. Iba a ser precisamente el surrealismo una de las influencias capitales de su obra poética, como confesaría a Rosa Pereda en una entrevista: “yo creo que la poesía tiene tanto que ver con el azar como con la causalidad, que lo irracional tiene un papel tan importante en la vida como la razón”. La pintura le enseñaría, además, el valor de la paciencia, a darse cuenta que uno siempre puede volver sobre el trabajo al día siguiente. Pero mientras estudiaba en Yale, las lecturas de poesía, especialmente Wallace Stevens y Forster, le encaminaron de forma imprevista a su segunda vocación. “Nunca fui muy bueno con el lenguaje cuando era niño. Créame –aseguró en una entrevista a “Los Angeles Times” en 1991”-, la idea de que algún día me convertiría en poeta habría sido una gran sorpresa para toda mi familia”. No menos importante para su formación como poeta fue la fascinación que “veinte poemas de amor…” de Neruda ejerció en sus inicios. Neruda era un genio –escribió en “Alfabeto de un poeta”- pero en cuya escritura se mezclan inextricablemente la belleza y la banalidad. Cuando lo leemos, nos sentimos felices porque todo ha alcanzado una condición privilegiada. El universo es bueno después de todo. La utopía verbal de Neruda, dependiendo de la credulidad de cada quién, es un antídoto inocuo contra este siglo torturante”. De Neruda también llegó a decir que era el gran demócrata de la poesía, por rebajar lo elevado y elevar lo bajo, aunque le decepcionaban sus limitaciones intelectuales. No pensaba lo mismo de Octavio Paz, a quien consideraba uno de los hombres de letras más inteligentes del siglo XX, y cuya obra poética le había conmovido especialmente. Ya resuelto en su vocación poética, en 1960 se traslada con una beca Fulbright a Florencia para estudiar a los poetas italianos del siglo XIX. En Iowa continúa sus estudios literarios en el “Iowa Writers Workshop”, graduándose en 1962. Allí se hace amigo de Philip Roth, concluye su primer libro y comienza a dar clases en un taller de literatura. Su carrera docente le iba a hacer recorrer parte de Estados Unidos: Utah, Chicago, Nueva York o Boston. Su desembarco literario tiene lugar en 1970, cuando el responsable de la editorial Athenaeum, Harry Ford, publica su segundo volumen de poesía, «Reasons for Moving». Ford continuaría publicando su poesía con otras tres colecciones durante esa década hasta que, en 1980, Strand decidió pausar su producción poética. «Ya no creía en mis poemas autobiográficos», dijo entonces. Sentarse en su escritorio cuando no tenía nada que decir se le empezó a volver un suplicio, por lo que “ya sólo escribía cada vez que tenía tiempo y ganas y estos periodos empezaron a espaciarse cada vez más, y a veces hubo periodos de silencio de dos o tres años…De cualquier manera, ya nadie lee poesía. Los poetas sí, pero el lector común ha sido abandonado por la poesía». Mark Strand se empeñó entonces en otras aventuras literarias, como libros para niños, relatos o ensayos sobre arte. Una década después volvió con nuevos bríos, con volúmenes como «A Continuous Life» (1990), «Dark Harbor» (1995) y «Blizzard of One» (1998). Mientras tanto, comenzó a ganar terreno su pasión por la pintura. Escribió ensayos sobre Edwar Hopper o William Bailey, al mismo tiempo que en un taller en Hell’s Kitchen producía sus papeles pintados, mezclando pulpas de colores secos. A partir de 2011 se trasladó a Madrid de la mano la marchante de arte Mari Cruz Bilbao, quien se convirtió en su pareja. Trasladó cuadros, libros y gran parte de su mobiliario a un piso de Chamberí donde seguía recortando y pegando esos papeles pintados para convertirlos en collages que este mismo otoño expuso en una galería de Nueva York. El final de su carrera como poeta estuvo jalonado de números reconocimientos. Fue nombrado Poeta Laureado de Estados Unidos, ganador de la beca MacArthur en 1987, del premio Bollingen en 1993 y del Pullitzer de poesía en 1999 por “Tormenta de Uno”. Este mismo otoño estaba nominado al National Book Award por sus Collected poems. Su traductor, Dámaso López García, a quien se debe la traducción de los poemas aquí seleccionados, ha señalado como rasgos característicos de su poesía el que su mundo no tenga rasgos diferenciales propios. Los lugares no tienen nombre, los personajes son anónimos: “comparten los rasgos comunes de todos los paisajes y de toda la humanidad”. La presunta oscuridad de sus poemas no se relaciona tanto con la dificultad del lector ante un lenguaje oscuro como con la ausencia de referencias a un universo familiar. Las manifestaciones de temor ante un mundo maligno, el valor de la poesía ante una naturaleza apática y el deseo de gozar de un “momento perfecto” han sido también rasgos señalados por la crítica. Pero el propio Mark Strand nos ha dejado en diversas entrevistas una visión personal sobre su poesía. Mark Strand se consideraba un poeta metafórico. A diferencia de los poetas metonímicos, que representan fielmente el mundo de la experiencia, el poeta metafórico cree en un mundo alternativo con sus propias reglas y regulaciones. “Lo que me importa –dijo- es la integridad del mundo que creo, y no lo que estoy revelando sobre el mundo en el que viven los demás.” Mark Strand no se consideraba un poeta de la naturaleza, sino un poeta que ahonda en el comportamiento de las cosas. “Mis poemas describen actividades, a veces de carácter nervioso o absurdo, a veces muy pacífico, pero eso es lo que les da vida”. Era un poeta al que le gustaba mezclar la melancolía y lo elegíaco, que nunca desdeñaba el humor, interesado en las sintaxis complejas pero amante de las palabras sencillas como “piedra” o “cielo” o “mar”. Para Mark Strand los poemas no tienen por qué tener sentido: “son en primer lugar, y sobre todo, una experiencia, no un vehículo para un significado”. Por eso creía que la musicalidad verbal era un elemento imprescindible y confiaba esa musicalidad al ritmo que aporta la escritura a mano. “La gente que escribe en la computadora se olvida de escuchar el poema, creo que establecen un contrato visual con la computadora. En primer lugar, los poemas llegan tan rápido a imprenta que parecen mucho más terminados de lo que realmente están.” Puesto que la métrica es lo que distingue la poesía de la prosa, era fundamental para Strand que el poeta educase su propio oído escuchando el ritmo y la cadencia que otros poetas han imprimido a sus versos. También consideraba importante la tarea de reescritura de los poemas: “Los poemas no son estáticos. Cobran una vida propia y van hacia donde quieren. Pueden volverse estériles o resistirse. Si no mejoran, los odias” Por eso solían tener muchísimos borradores de cada poemas, a veces treinta o cuarenta. Escribía a mano varias versiones y después los pasaba a la computadora. Trataba de postergar lo más posible el momento de ponerlos en limpio. “Más que leer mis poemas, me interesa escucharlos, y cuando están escritos a mano me parece que los estoy escuchando”. Dos cosas consideraba importantes en su poesía: el misterio y la muerte. “La vida me parece misteriosa, mi presencia en la Tierra me parece misteriosa. Muchas veces, cuando termino un poema, no estoy muy seguro, aunque generalmente estoy seguro de lo que he dicho, siempre hay un elemento inexplicable”. Respecto a la muerte, llegó a escribir en “Alfabeto de un poeta” que había sido la influencia medular de su escritura. Pero también la preocupación central de la poesía lírica: “La poesía lírica nos recuerda que vivimos en el tiempo. Nos recuerda que somos mortales. Celebra o reconoce estados de ánimo, ideas e incluso acontecimientos para recordarnos que existen sólo en su forma transitoria. Pues ¿qué habría que tuviera significado fuera del tiempo? La poesía es un prolongado epitafio, un recuerdo de nuestra estancia aquí en la tierra”. También comentó: “Buena parte de lo que amamos en los poemas, sin considerar su tema, es que nos dejan con una sensación de novedad de vida agregada. La vida, por otra parte, nos prepara para nada y nos deja sin dónde ir. Sólo se detiene”.

 

KEEPING THINGS WHOLE

In a field
I am the absence
of field.
This is
always the case.
Wherever I am
I am What is missing.

When I walk
I part the air
and always
The air moves in
to fill the spaces
where my body´s been.

We all have reasons
for moving.
I move
to keep things whole.

MANTENER LAS COSAS JUNTAS

En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.

Cuando camino
parto el aire
y siempre
vuelve el aire
a ocupar los espacios
donde estuvo mi cuerpo.

Todos tenemos razones
para movernos.
Yo me muevo
para mantener las cosas juntas.

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POETAS 62. Garcilaso de la Vega II. Canciones

CANCIÓN PRIMERA

Si a la región desierta, inhabitable
por el hervor del sol demasiado,
y sequedad de aquella arena ardiente,
o a la que por el hielo congelado
y rigurosa nieve es intractable,
del todo inhabitada de la gente,
por algún accidente
o caso de fortuna desastrada
me fuésedes llevada,
y supiese que allá vuestra dureza
estaba en su crüeza,
allá os iría a buscar como perdido,
hasta morir a vuestros pies tendido. (más…)

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POETAS 58. Antonio Machado III (Proverbios y cantares)

I

Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.

*****

X

La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
!Gloria a Caín! Hoy el vicio
es lo que se envidia más.

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POETAS 62. Garcilaso de la Vega I (1503-1536). Sonetos

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo
vos sola lo escribistes, yo lo leo
tan solo, que aún de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida
por hábito del alma misma os quiero;

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

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POETAS 61. Luis García Montero

(Granada, 1958). Poeta, ensayista y catedrático de historia de la Literatura en la Universidad de Granada. Con el libro de poemas titulado «Habitaciones separadas» fue galardonado con el «Premio Nacional de Literatura» en 1995. 

CANCIÓN NIEBLA

De pronto le vuelve el sueño
del hombre que ya era otro.

Si va a buscarla en su coche,
del coche se baja otro.

La sombra de la escalera
sube con pasos de otro.

El timbre, la mano fría
y la sortija de otro.

Cuando ella le abre la puerta,
quien cierra la puerta es otro.

Nada tiene, sólo el sueño
del hombre que ya era otro.

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PENSAMIENTOS 7. Georg Christoph Lichtenberg

Lichtenberg nació en Ober Ramstadt el 7 de julio de 1742 y murió en Gotinga el 24 de febrero de 1799. Fue profesor de Física, Matemáticas y Astronomía en la universidad Gotinga. En 1793 fue nombrado miembro de la Royal Society de Londres. Desde 1764 Lichtenberg fue anotando en libretas una innumerable cantidad de apuntes o aforismos, que fueron publicadas mucho tiempo después de muerte. Enrique Vila-Matas ha escrito sobre Lichtenberg: «Fue también un gran estudioso de las tormentas de su región y un coleccionista de descripciones de las mismas; además de un sempiterno profesor de matemáticas; hipocondríaco hasta límites insospechados (llegó a imaginar treinta enfermedades en un sólo minuto), gran bebedor de vino, precursor del psicoanálisis y también del positivismo lógico; y del neopositivismo, de la filosofía del lenguaje, del surrealismo y del existencialismo.» Juan del Solar ha hecho la siguiente reflexión sobre el autor de estos aforismos: Lichtenberg fue también, pese a las limitaciones físicas impuestas por su escasa estatura y una joroba que, al decir de testigos presenciales, él sabía disimular hábilmente en sus clases no dando nunca del todo la espalda a su auditorio, un hombre que se debatía entre la espiritualidad más pura y la más carnal de las sensualidades, según confesión propia, y cuya vida privada no paraba de escandalizar a los puritanos burgueses de Gotinga». El propio Lichtenberg apuntó en sus cuadernos de notas estos dos caústicos autorretratos que se recogen a continuación: «Un personaje: ver solamente lo peor de todas las cosas, tenerle miedo a todo, considerar incluso la buena salud como un estado en el que no se siente la enfermedad; creo que yo no podría representar ningún personaje con mejor fortuna que éste». O también esta otra manera de de corregir su propio retrato: «Si el cielo juzgara útil y necesario lanzar una nueva edición de mi y de mi vida, le haría unas cuantas observaciones, nada inútiles, relacionadas con la nueva edición, y centradas sobre todo en el díbujo del retrato y en el plan del conjunto».

– Muchas cosas de nuestro cuerpo no nos parecerían tan puercas e indecentes si no tuviéramos tan anclada en nuestra mente la idea de nobleza.

– Aquello que hay que hacer para aprender a escribir como Shakespeare está mucho más allá de la lectura de sus obras.

– Si de pronto los hombres se volvieran virtuosos, muchos miles se morirían de hambre.

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POETAS 60. Francisco Brines

 Francisco Brines ha nacido en Oliva, Valencia en 1932. Estudió Derecho y cursó estudios de Filosofía y Letras. Pertenece a la llamada promoción poética de los 50,  junto a poetas como Carlos Barral, Caballero Bonaldd, Gil de Biedma, Angel González, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez, José Angel Valente, etc. Ha sido profesor de español en la Universidad de Oxford y en el años 2001 fue nombrado miembro de la Real Academía Española. Entre los numerosos libros de poemas que ha escrito, se encuentran títulos como «Insistencias en Luzbel» 1977, «El otoño de las rosas» 1986 o «Amada vida mía» 2004.

ALOCUCIÓN PAGANA

¿Es que acaso, estimáis que por creer
en la inmortalidad,
os tendrá que ser dada?
Es obra de la fe, del egoísmo
o la desolación.
Y si existe, no importa no haber creído en ella:
respuestas ignorantes son todas las humanas
si a la muerte interroga.

Seguid con vuetros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
o grandes monumentos funerarios,
las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.
O aceptad el vacío que vendrá,
en donde ni siquiera soplará un viento estéril.
Lo que habrá de venir será de todos,
pues no hay merecimiento en el nacer
y nada justifica nuestra muerte.

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POETAS 58. Antonio Machado II (Campos de Castilla)

RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. (más…)

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